El morfema salvaje escupe tildes cada tres
hiatos, entre coma y coma se echa al suelo y, cuando dan punto final, se
recuesta bajo un árbol a hacer recuento de la mañana en el hipódromo. El morfema salvaje caza anglicismos por
pura diversión, luego no se los come. Su alimentación se basa en pequeños adjetivos cartilaginosos y excremento de declinación. También caza crías de rimas asonantes y
epítetos enfermos, frecuentemente abandonados por la manada en los páramos de
la sintaxis. La fisionomía del morfema salvaje resulta de una flexibilidad de
nivel avanzado, con un sistema adaptativo desarrollado durante milenios al que hoy se
suma el auge mundial de las lenguas aborígenes de la cuenca del Amazonas, cuyo uso del morfema salvaje es bien conocido por todos. La
popularidad del morfema salvaje en
los principales mercados de divisas es tan histórica como inaudita; sin embargo, la población de morfema salvaje se ha visto masivamente afectada por una ola de drogadicción a
los psicofármacos que neutraliza y restringe la flexibilidad y adaptabilidad de cada morfema como
unidad morfológica.
TRASLATE
23 abril, 2014
21 abril, 2014
EL BOSTEZO TARDÍO DE COLA ESTRECHA
El bostezo tardío
de cola estrecha –del latín suspiratus finitae- podría eliminar todo
un pelotón de soldados en menos de lo que dura la credibilidad de una excusa mal planteada. Según una la leyenda local, en el siglo pasado un batallón americano se batía por la zona cuando se topó con la presencia de un macho
adulto de bostezo tardío que los eliminó sin que pudieran llegar a verlo. De ahí, que el suceso
no haya pasado de leyenda pese a la desaparición del batallón yankee.
En contraste con tales mitos, la comunidad científica coincide en definir a los bostezos tardíos de cola estrecha como seres mansos y ermitaños, mayoritariamente huidizos y, en su mayoría, proclives al desarrollo de desórdenes mentales de lo más variopinto propiciados, en gran medida, por ese mismo carácter antisocial. Su principal alimento es el zumo de traumas que al alba gotea de los techos y las vallas de los polígonos. También obtiene sustratos y minerales de las comisuras de los niños buenos y los gatos recién nacidos.
En un zoo de Tennessee, en el condado de Tennessee, conservan una fotografía de una cría de bostezo tardío que se escindió de si misma -para volver a unirse al rato- justo enfrente de la jaula de la jirafa.
Cuando sale el sol, el bostezo tardío de cola estrecha se refugia entre las notas de los acordeones agridulces que se arrastran por la garganta de los adultos sin llegar nunca a remontar la corriente faringítica hasta que al fin su anfitrión se va a dormir.
El saludo de cabeza del bostezo tardío ha sido traducido a más de 187 lenguas, siendo una de las especies amenazadas con más búsquedas en Amazon.
19 abril, 2014
MARÍA
A María empezó a
crecerle la barriga un día de finales de marzo mientras almorzaba con sus
amigas. Entre chisme y chisme, de pronto su vientre comenzó a hincharse ante la
sorpresa de las otras mujeres. Un murmullo surgió en alguna de aquellas bocas
masticantes de ojos cómplices y la noticia se propagó.
María sabía que no estaba embarazada. No podía estarlo pues, como todo el mundo sabía, era la
única mujer del pueblo que aún no había probado hombre. De ello se lamentaban
sus padres, que no veían la forma de desposarla con nadie; simplemente, ningún
hombre la quería. Periodistas, maleantes y curiosos de toda la comarca se
acercaron atraídos por el morbo. Aquella barriga virgen crecía cada día un poco
más sin que nadie reclamara la paternidad del nonato.
Nueve meses después,
María yacía tendida en la cama esperando a su hijo. Tras llantos,
gritos y una pizca de placer, se lo pusieron en los brazos. En vez
de un niño, había parido una religión.
18 abril, 2014
EL ÚLTIMO HOMBRE
El día
que se descubrió todo, la condición humana aterrizó en un estado de colapso
jamás visto. Lo primero fue la Bolsa, después las compañías de certezas, las
PYMES, los grandes almacenes, las factorías de objetos y experiencias, los
hospitales, las centrales energéticas… En efecto dominó, fueron cayendo las
iglesias, los sindicatos, los ultramarinos, los negocios rurales, los quioscos,
los centros psiquiátricos y de la tercera edad, las tascas de barrio, los
museos…
En poco
tiempo, el ocio y la enseñanza, tal y como se conocían, se convirtieron en un
vago recuerdo, apenas un símbolo para algunos locos, de lo que muchísimo
después se conocería como “los tiempos del bienestar desmedido” o la “era del
déficit humanista”, según la corriente de pensamiento.
En las
décadas siguientes, las cifras se cebaron con el Hombre: dos de cada nueve
personas no cumplieron la mayoría de edad; tres de cada diez fueron desnudos
toda su vida; uno de cada dos jamás probaría la carne y uno de cada tres, el
agua limpia; cuatro de cada cinco no pudo jamás permitirse un hijo; y nueve de
cada diez murió solo.
Más de
cinco mil millones de personas fallecieron en poco más de veinte años. Los tres
dieciseisavos restantes tuvieron que aprender a racionar los recursos,
principalmente agua, comida y papel. Invariablemente, en poco tiempo se
agotaron. La necesidad de repensar la estrategia global se impuso como una
realidad en los rostros ajados de los últimos hombres.
En un
pequeño pueblo de montaña, un viejo pastor disfrutaba de la soledad al margen
del Apocalipsis, conversando con el rumor del riachuelo mientras recogía flores
para un ramo. Llegado el momento, el viejo agarró el ramo y lo tiró a la zanja,
dejándose caer tras unas breves palabras.
Desde entonces, el planeta
prosiguió su marcha bajo la protección de las flores. Habrían de pasar miles de
años hasta la siguiente crisis.
TRIÁNGULO DE AMOR BIZARRO
La chica miraba al perro, el perro a su dueño y
éste a la chica. Había empezado a llover y se encontraron juntos al cobijo de un soportal
cualquiera. Ahora la chica miraba al chico, éste a su perro y el perro a la
chica. Hubo un acercamiento, por momentos llegaron a quererse pero volvió a salir el sol y la chica se largó arreglándose el pelo. Al chico le dolió esa última mirada entre miedo y desprecio. Cogió al perro en brazos, cerró el paraguas y decidió seguirla.
LOS DESMEMORIADOS
Ella había cumplido un mes sin fumar y me pidió
una calada. Unas caladas. Le dije que sí, aunque era que no. En efecto, para
cuando tiré el cigarro, ella ya había olvidado sus caladas, su ración de humo.
Por fin supe que había dado con la horma de mi zapato. La quise para siempre,
aunque ahora mismo no recuerdo su nombre.
17 abril, 2014
29 marzo, 2014
MUY CERCA
Estuve durante un
rato en silencio para poder oír bien. Insultos, gritos, sillas arrastradas,
impactos amortiguados, ceniceros rotos… Después de media hora pensé que era una
suerte seguir oyendo los aullidos de aquella joven desconocida. Quería decir
que, al menos, seguía viva. Al final me acostumbré a ellos. Un rato después
volví a poner la oreja. Eran carcajadas y la tele lo que sonaba en casa de los
vecinos de abajo.
18 marzo, 2014
PALOS, PIEDRAS Y PALABRAS
Pasado
m. Tiempo anterior al presente: Los dinosaurios vivieron en el pasado
m. Tiempo anterior al presente: Los dinosaurios vivieron en el pasado
Presente
adj. y m. [Tiempo] en que se sitúa actualmente el hablante o la acción: El presente es una incógnita
adj. y m. [Tiempo] en que se sitúa actualmente el hablante o la acción: El presente es una incógnita
Futuro
m. Tiempo que está por llegar: En el futuro la ciencia y la tecnología harán posible lo imposible
m. Tiempo que está por llegar: En el futuro la ciencia y la tecnología harán posible lo imposible
~ * ~
ESTACIÓN CHAMARTÍN,
ANDÉN 18 – AMANECER
El día en que Armando marchaba hacia el frente, los pájaros
no acudieron a piar el alba. Genoveva, la madre de Armando, lo interpretó como
un mal augurio, apoyada contra una de las altísimas columnas del andén, pero prefirió
guardarse las supersticiones para sí misma. Ya nada lo separaba de cumplir, había llegado el día.
Jóvenes patriotas de verde oliva sellaban sus bocas
contra preciosas jovencitas perfumadas, orgullosas de llorarles por la futura
ausencia. Armando esperaba al margen de la muchedumbre, sentado en su petate, callado,
con la mirada y la mente enredadas en aquella catenaria que los llevaría, a
través de mil fronteras, hasta el frente ruso.
En el mundo de Armando las cosas importantes eran
pocas y pequeñas. Las grandes ocupaban muy poquito espacio. La política, las grandes
ideas, las ideologías… Le parecía que todo eso, lo que era a él, le influía
poco o nada. Esas cosas quedaban muy lejos de su casa al pie del Manzanares. Él
jamás en la vida se habría alistado para ir a Rusia a pegarse tiros -y de
voluntario, menos- pero ya se había encargado su madre de que la
quinta generación de Armando Guerra cumpliera con su compromiso histórico de
servir a la patria. A Armando aquello le daba más o menos igual. Por ideales no
era, pero igual después podría hacerse un hueco y acabar, quién sabe, de
reservista. No era sensato descartarlo.
Lo de estudiar no le interesó nunca. Las Ciencias le
parecían cosa de listos, y más aún, de listos pudientes; mientras que las
Humanidades directamente le parecían inútiles e incomprensibles. Le hubiera
gustado echarse una chavala, eso sí, y llevarla de paseo los domingos a la Gran
Vía. Pero era muy feo –él lo sabía, como también sabía que no lucía mucho en
porvenir como ayudante de ferretero–. En cualquier caso, así mejor. No tendría
que despedirse de ninguna. Bueno, de mamá. Con tal de no contradecirla,
Armando…, lo que hiciese falta. Ya pueden llover cantos en Rusia que, por no
oírla…
Genoveva colocó una gruesa bufanda en torno al cuello
de su hijo, se estiró sobre las puntas de esparto y lo besó en la frente hasta
que el tren echó a andar. Genoveva arqueó una comisura al verlo marchar. El
andén rompió en un sonoro aplauso de despedida a los héroes. Como todos los
demás, Armando sacó el brazo derecho por la ventanilla y lo extendió en
dirección al sol, al estilo de los buenos patriotas. El cielo se llenó de
proclamas victoriosas y humo negro. Aquel día ni siquiera había sol y, muy en
el fondo de sus pensamientos, Armando simplemente pensaba en el tiempo que
pasaría hasta volver a ver un partido de su Atleti.
En ese mismo instante, la prima Lola rompía aguas en
algún lugar del Parque de la Bombilla, dejando caer al barro un cántaro lleno
de leche fresca.
~ * ~
ESTADIO VICENTE
CALDERÓN, FONDO SUR – ANOCHECER
Salvador Guerra había apostado diez mil calas a que
el Atleti ganaba en casa al Spartak de Moscú. Partido de vuelta de Semifinales
de la Champions, las gradas rugían de ilusión aquel martes. Salva tenía un
abono y la cabeza rapada. Después de acabarse una botella de Ballantine’s, entró
al campo y cantó a pleno pulmón durante noventa minutos; ahí, al frente, con su familia deportiva.
El Atleti perdió tres a dos en un partido brusco y
pobre. Sendas aficiones se citaron en la calle para el epílogo, bien dispuestos
para soltar adrenalina, frustraciones y hostias. Salva llevaba un bate con la esvástica.
Tiros ya no quedaban. La rabia de la derrota hacía salivar a los fanáticos
rojiblancos como él, y los rusos no iban a ser menos. Los de casa esperaron
bebiendo en las inmediaciones, esperando a que soltaran la liebre. Cuando la
hinchada moscovita salió del estadio, comenzó la batalla.
Salva murió junto a un coche aparcado con el pecho
hundido a golpes. Un mes después despertaría en La Paz, preguntando por las
diez mil calas que tenía apostadas a la victoria del Atleti.
~ * ~
PARQUE DE LA
BOMBILLA, CINE VERANO – NOCHE
Iván Guerra y su novia compartían la ensaladilla rusa
a cucharadas entre las sillas vacías. Sería un martes o un miércoles, uno
cualquiera, en el cine de verano de la Bombilla. No había nadie. Estaban ellos
solos, cargados de zampe y cerveza. Se instalaron en el centro y cenaron a la
fresca del Manzanares. Esa noche echaban una muy mala, la típica americanada, El último soldado o algo por el estilo.
Comando americano trasladado a país árabe para
aniquilar infieles sufre emboscada modelo vietcong y mueren todos los guapos menos
uno, el más guapo, que vuelve a su país como un héroe. A Iván le encantaba ese
tipo de películas, le recordaban a su padre, a cuando le llevaba al cine y
luego al estadio, a ver el Atleti con sus amigos. Más que recordar, Iván rememoraba
una especie de versión dulce e hipertrofiada de su padre, formada a partir de las
dos o tres imágenes mentales que conservaba de la infancia.
Iván quería ser rico a toda costa y cuanto antes, esa
era la clave. Siempre había pensado que su padre desapareció para largarse a
hacer dinero a algún otro sitio de Madrid o de España, seguramente lejos del
río. Iván era potamófobo –fobia a los ríos– y, curiosamente, había vivido desde
siempre frente a la ribera del Manzanares. Con el tiempo acabó construyéndose
una extraña relación de amor y miedo entre ambos.
En cierto modo, su demencia estaba
plenamente justificada. Cuando papá se fue, mamá se tomó una botella de DYC y
se tiró al río. Iván estaba a escasos cien metros, en el mismo cine de verano
donde ahora Julieta y él se metían mano como locos ajenos al discurso de Mark
Whalberg. La noche en la que Iván se quedó huérfano echaron Lilith, una película de Robert Rossen
sobre lunáticos y cascadas. Iván no paró de ver ríos durante más de dos horas
pero no entendió nada de aquella película. Al llegar a casa, su madre no
estaba. Tampoco lo entendió.
Cuando no se besaban, Iván miraba de reojo el escote
de Julieta y se retensaba todo entero. La película transcurrió por los afluentes
del patriotismo yankee hasta la
última escena, en la que Whalberg recibía la tan ansiada condecoración por el
coraje derrochado.
Detrás de la pantalla, entre un par de urinarios
móviles, Iván y Julieta luchaban sin protección ninguna, diciéndoselo todo muy
despacio desde los sótanos del Despacho Oval. Se oyó un largo quejido. A
continuación, Morgan Freeman Obama concluía su discurso presidencial con una
frase de agradecimiento a los miles de americanos que abandonaban sus casas para
liberar al Mundo del integrismo y la tiranía ayatollah:
—Los
palos y las piedras pueden romper nuestros huesos, pero las palabras rompen
todos los corazones.
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12 marzo, 2014
QUÉ MÁS DA
Bueno, bueno, bueno. Esta niña es tonta. Al final me mancha el chaquetón y la tengo que agarrar de los pelos. Juventud, divino tesoro…, verás, que como me hagas abrir la boca no sé como va a acabar esto… ¡Corchos! Ya me perdido otra vez… En fin, ni siquiera me estaba gustando; tanto Aureliano, tanto Arcadio… ya no sé ni de qué iba la historia. Y estos aparatos, de verdad, donde esté un buen libro que se quiten los nerbuc, hombre, por Dios… De verdad, oye, qué fatiga de Navidad, de regalos y de todo… Sigue leyendo, anda, sea por mirar a algún sitio… Al loro esa tía. Qué fuerte…, si le está babeando tol bolso a la vieja. Un poquito de orgullo propio, coño, y de autocontrol. Es que, ojo, qué castaña… Oy, oy, la hostia…, que me parto en cuatro, ¡qué jaleo lleva encima! Ésta se queda dando vueltas en la línea seis hasta mañana, verás. Vaya tela, vaya tela con la gente... No me la pego yo un martes desde hace yo qué sé. Puff, y ésa… Vaya cogorza lleva la amiga. Se lo ha debido pasar de miedo esta noche. Espera, si estamos a… ¿miércoles? Los martes son los nuevos jueves, Nacho, te estás haciendo viejo. Tienes que salir más… Bueno, bueno, pero si casi se sienta encima de la señora. Vaya trufa lleva... A que saco el iPhone y la grabo. ¡Toma!, y lo subo a twitter… Joder, es que está buenísima. Con ese vestidito apretado, esas medias… Si, sí, la cabrona está que se rompe. Qué taconazos… Con quién habrá pasado la noche. Desde luego, el pintalabios no se borra solo. Qué barbaridad. Y tan vulnerable, ahí, hecha un ovillo, regalándoseme... es que está para darla. Anda que el menda ese, también es para flipar, si es que…, vaya tela con la people. Qué descaro, se la está comiendo con los ojos, no pierde detalle el cerdo. Claro, ella no se cosca de la misa la media... De qué se va a enterar, si va hecha una mierda. Vamos, esto es…, ahí despatarrada con las tetas medio fuera; como para no estar el otro ahí, bien al loro. Cómo son los hombres, colega. Yo, de verdad… Coño, es que está buena, maja, está que se rompe la rubia. Porque va muy jodida, que sino le digo tres cosas… La señora ni se inmuta, no mueve un músculo, es alucinante. Le falta colgarse el ebook de la frente, o pff, comérselo. Bueno, bueno, que la rubia se despierta… A que le digo cuatro cosas, ahí, con tres pares de cojones… ¡Pero vamos...! Y el viernes me la calzo. Cinco pavos a que se baja en Moncloa. Si no se baja en Moncloa, se baja en Príncipe Pío. Si se baja en la mía, la digo algo… ¿Y si es hetero? Nunca sabes. Está tan sola… Definitivamente, a la señora se le están hinchando los ovarios, tiene toda la pinta. Se va a llevar un guantazo, ya se están mirando… ¡¡Aiba, mi madre!! Cuando lo cuente en la oficina no se lo creen. La cara de la pobre mujer es de #trendingtopic. No sólo la vomita encima, sino que luego va y le regala una rosa falsa. Qué imagen para empezar una mañana, increíble. Será cachonda, la tía… ¡¡¡Buajajajajajaja!!! El borracherón se lo pilló de vino tinto; eso, seguro. Y tú, yendo a clase de FOL, pedazo de sosa… ¿Cuándo fue la última vez que te cayó un martes en festivo, como aquí a la rubia…? Todo por cerrar la fiesta potándole el visón a una vieja. Qué tiempos… Seguro que tiene un montón de amigas y están todas tan buenas como ella. Olvídate, maja, ésta es tu parada. Va, Nachote, échale huevos. Venga, no te lo pienses. Con un par, tío… Que se está yendo, va… No jodas, hombre, si acaba de echar el hígado; no seas crío, anda, cómo vas a llegar tarde al trabajo. Te vas a perder esos pechámenes por pipa y por cagao. Flojo, que eres un flojo. Buah, pero si ya se ha ido. Si, total, ya… Qué más da.
21 febrero, 2014
ESCUELA DE DEMÓCRATAS
Un profesor calvo y chaparro
golpea con la regla en la mesa, tratando de acallar el barullo de la clase. En
la pizarra está escrita una pregunta: “¿¿¿Qué es la DEMOCRACIA???”
—Chsst, eh… ¡Felipín! ¡Jose Mari! A callar… —les riñe—. Vamos terminando, quedan tres minutos. Voy a salir un momento. No quiero escándalos. Juancar, muchacho, ven aquí. Te sientas en mi sitio y vigilas; al que se porte mal, me lo apuntas en la pizarra.
—A la orden, señor —certifica el muchacho, tenso y repeinado.
Camino a la puerta, don
Francisco se topa con dos alumnos sacando punta en la papelera.
—Santiago y Manuel, Manolito y Santi… ¿Qué hacen hablando dos crápulas como vosotros, que estáis siempre a la gresca? ¿Qué tramáis? Venga a sentarse, coño. —les riñe—.
—Estamos concertando la hora y el lugar para la batalla final, señorísimo —dice Manolito.
—Después de clase, a las cinco y media en la plaza España… —añade Santi, admirando la larga punta de su lápiz—. ¡¡¡A morir de pie!!!
Don Francisco sale de clase enfurecido arrastrando a Santi por las solapas de la chaqueta. Manolito vuelve a su sitio, saca el ABC y se pone a recortar la silueta de Massiel de la portada. Desde el centro de la clase, Juancar se dirige a los demás palpando la regla. —Queridos compañeros, me llena de orgullo y sat…—. Una voz afeminada lo interrumpe desde el fondo. —¡¡Cállate ya, mastuerzo!! ¡Que eres un bobón!
Juancar da un respingo y se va corriendo a la pizarra. —Vale, Blas, te he oído. A don Francisco vas… —Juancar apunta el nombre de Blas—. Cada vez que hables, te apunto un corchete ¿eh? Y cada uno resta un punto en la redacción.
—¿Qué redacción…? —pregunta Blas.
—¿Cuál va a ser…? Pues ésa. —responde Juancar, señalando la pizarra.
—¿Y si no me da la gana de hacerla? ¿Qué tengo yo que escribir lo que opine yo de eso? Esto no es clase de historia, es política. Política de la peor que hay.
—Zi ya lo dice mi madre, metedze en cozaz de política no trae nada bueno… —apunta otro.
—Pues claro, Marianito. Tú, mejor, registrador de la propiedad, o asesor financiero. Algo chuli… —dice Josemari.
—Vosotros es que no atendéis cuando habla don Francisco ¿verdad? Es que seguís en tercero... La redacción hay que hacerla y aprobarla —repone Alfredín—. El que no la escriba, luego no puede votar las reglas de la Pronstitución. Las reglas salen de la votación de los textos, ¡a que sí, José Luis!
—¿¿¿Cómo…??? —saltan Josemari, Blas y Albertito Ruiz. —¿La JONS-titución? —pregunta este último.
—La Constitución, lerdos. Hombre, por favor... Se trata de votar unas reglas de convivencia para todos los hombres y mujeres de este colegio. Empezando por nosotros, los de esta clase. —explica Felipín.
—Uy, qué redicho…, ¡ni que hubiera aquí chicas! —gimotea riendo Albertito. —¿Y esas reglas, por qué no las escribe don Francisco, que para eso es el director y le pagan?
—Porque eso ya no se vale, Bertín. ¿No ves que esto de la demogracia ahora está hasta en misa? —responde Josemari, a su lado.
—Sí, hombre, sí… Pero que a mí no me la dan. Aquí ya nos van a imponer de todo…
El orejudo Manolín camina pesadamente desde la primera fila hasta la mesa de Albertito y le explica algo al oído. Éste asiente, asombrado y sonriente, suspirando. —Si es que sois unos penosos, ahí, toda la clase venga a escribir sandeces… —añade Blas desde la esquina, dirigiéndose al grupo de Felipín.
—Conciencia de clase, gilipuertas. Que no sabéis lo que es eso. Ya vendréis, ya… Y no os dejaremos ni las migas del bocata —contraataca Joselu Rodríguez, arengado por Alfredo. Sentado delante, Felipín se acerca a Joselu y le explica algo al oído. Éste alza las cejas asombrado, asintiendo con gesto pensativo.
En primera fila, Adolfito permanece neutro y concentrado, ajeno al griterío de sus compañeros. Adolfito practica la caligrafía de su firma una y otra vez en la esquina del pupitre hasta rayar el barniz.
Juancar pide silencio vanamente en el centro de la clase; primero, alzando insuficientemente la voz entre las pandillas; y después, apuntando en la pizarra los nombres de los implicados. El ruido aumenta por momentos, Juancar persiste infructuosamente en sus intentos por acallar la clase. —Ehm… Esto… A ver… Oye, chicos… —balbucea, no sabe cómo hacerse oír— ¿¿...por qué no os calláis??
Los muchachos hacen caso omiso a las órdenes del delegado de clase, que finalmente opta por acercarse al pupitre de su amigo Adolfo, a ver qué anda haciendo.
Las bolas de papel cruzan la clase de derecha a izquierda y viceversa, en un vaivén de salivazos que se corta de inmediato al sonar la puerta de la clase. Entra don Carlos, el jefe de estudios, con gesto de infinita gravedad.
—Muchachos… don Francisco… ha muerto. El hombre de excepción que, ante Dios y ante la APA, asumió la responsabilidad del más exigente y sacrificado servicio a este colegio, ha entregado su vida, día a día, en el cumplimiento de esta misión: educaros con el fin de que, el día de mañana, seáis vosotros los conductores de la carabela patria…
—¡¡¡Arriba!!! —vocea Blas, y collejea a Mariano, sentado delante.
—…y digo el día de mañana —prosigue don Carlos— porque, dadas las circunstancias, y ante la falta de profesor, serán ustedes enviados directamente al Bachillerato a partir de mañana mismo, sin pasar por B.U.P. ni hostias.
—Un momento, señor Arias —interrumpe Juancar—. Pero esto es un colegio. Un college, un lycee, una escuela. Aquí no hay Bachillerato…
—Qué ojo de lince tiene usted, don Juan Carlos. Lleva toda la razón. Aquí Primaria y poco más. A partir de mañana, deberán todos acudir a clase a la Carrera de San Jerónimo, frente a la plaza las Cortes. No se olviden de llevar corbata, estilográfica y portafolios. Y bien peinaos. Ah, y dígale a su padre… —concluye don Carlos, volviéndose a Juancar— …que la Dirección del Centro solicita urgentemente una reunión con su persona, en el marco de estas terribles circunstancias que nos sobrevienen.
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15 febrero, 2014
CUARTO Y MITAD
La reina caminaba por el
bazar rodeada de su séquito de costumbre cuando algo le vino a la mente,
deteniéndose ante el puesto del carnicero, lleno de moscas y vísceras y
mutilaciones colgadas.
—Sírvase su Majestad cuanto disponga —dijo el carnicero,
en tosca reverencia.
—Lomo de puerco embuchado se me antoja, vasallo. Caña
de lomo íbera, de la mejor que tenga —contestó la reina, oprimida por un sofoco
repentino.
El tendero sacó de la vitrina un grueso bastón de lomo
y lo estampó contra el mostrador.
—¿Cuánto quiere, más o menos…? ¿Así de grande…?
—Un poco más… —contestó la reina, ante la perplejidad
de su séquito.
—¿Así está mejor, ilustrísima? —dijo el tendero,
abarcando unas pulgadas más de lomo.
—Con su permiso, Majestad, no sé si la Santa Sede
vería con buenos ojos semejante mazacote de carne en manos de una sola reina…
—repuso el obispo.
—Apure más, tendero, que después, despellejado, se
queda en nada, y acaba una pasando un hambre…
El carnicero arrastró el cuchillo un poco más, aguantándose
una risilla pícara.
—…y no se escandalice vuestra merced, señor Obispo,
que me sobran indultos —apuntilló la reina, mirando de reojo al clérigo—.
Buenos corderos vaticanos se meriendan los prelados, no privándose en la mesa
de vicio alguno, para acabar de madrugada, todos reunidos, en la angosta oscuridad
del confesionario…
El carnicero cortó una de las puntas del lomo,
apurando al máximo. —Así le plazca, Majestad. Cuarto y mitad de lomo bien
durito, bien curado, de la sierra de Cazorla —la reina ya se marchaba, sin
pagar, agarrando bien fuerte el embutido—. ¡¡Para su real disfrute…!!
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