Puedes hablar de lo que
echas de menos, de aquello a lo que aspiras, del color que más odias. Puedes
hablar de tu vecino, del finde pasado, de los viejos amigos que ya no ves.
Puedes hablar de amor, de dolor y muerte, de los dibujos animados que te
marcaron, de las fechas que recuerdas. Los cumpleaños y teléfonos, pocos.
Puedes hablar del mayor cambio de tu vida o del detalle más absurdo, de lo que
haces mañana o lo que hiciste hoy. Puedes hablar de ti o de otros, o de ti con
esos otros, o frente a ellos. O frente a otros ellos. Puedes hablar de soberanía,
de logros deportivos o del ranking de Forbes, del último tuit de fulano o de la
enfermedad del primo de mengano, presto al morbo. Puedes
hablar de la virtud latente en cada vicio; viceversa. Puedes hablar de
adolescentes de cadera rota y carmín envejeciendo al ritmo de la cámara del móvil,
o de diosas en revistas trazando el camino. Puedes hablar de la caída del Muro,
la del cabello o la del Ibex. Puedes hablar de todo, puedes hablar de lo que
quieras. Y sin embargo te callas… O peor, no dices más que tonterías.