Marín estaba tan cansado de las colas que
decidió que, a partir de ese día, serían otros los que le esperarían a él. Con la primera vez que lo intentó le bastó para cerciorarse, encima se le daba bien. Así
que se puso a formar colas indiscriminadamente: en el cajero, en la máquina de tabaco, en el torno
del metro… Colas largas o pequeños congestionamientos en puntos bien estudiados, generalmente lugares con gran trasiego. Desde atascos en baños públicos o en restaurantes self-service hasta riñas absurdas con limpiabotas
callejeros. Realmente no solía causar mas que algún ceño fruncido o como mucho una amenaza leve. En ningún momento algo por lo que replantearse la profesión. Se había convertido en su vida entera, incluso dejó su empleo para dedicarse en cuerpo y alma. Según crecían sus colas menguaban sus ahorros.
Se presentó una mañana en el banco, a primera hora, para arreglar el asunto. Como era de esperar, hubo de hacer cola y cuando por fin llegó su turno, resultó que era “insolvente”. Tanta espera para nada, allí debía haber un error.
Marín salió del banco y se volvió andando su casa, intrigado. La cabeza le daba vueltas cargada de preguntas e hipótesis. "¿Será posible...?" pensaba, "y de serlo, ¿qué tendrá eso que ver...?". Posó frente al espejo durante más de dos horas, analizando cada rincón de su piel. Finalmente se preparó una bañera caliente, se quitó la ropa y echó dos sobres de disolvente en polvo.