Llegó la primavera y,
con ella, llegaron los pájaros naranjas. Los pájaros naranjas se comieron las
cosechas, los tendidos eléctricos y los posavasos de los bares. Las
aseguradoras compraron los servicios de algunos de los mejores pájaros naranjas,
asegurándose un caos sistémico que, con el tiempo, abocó a la población a los
seguros basura. Las acciones del pan llegaron a valer más que el consumo anual
de cereal de países enteros, mientras las esposas de los mejores pájaros
naranjas inundaban las portadas de las principales revistas de tendencias. A su
vez, altos dirigentes del sector editorial articulaban variopintas fusiones con
magnates de las telecomunicaciones, la armamentística o el deporte, dando a luz
a nuevas sociedades transnacionales que, en los albores del nuevo siglo,
comenzaron a invertir en creativas campañas publicitarias que animaran a la
gente a ser parte activa del sistema. Una de las más famosas fue aquélla en
defensa de los bares.
Los pájaros naranjas
se reunieron en secreto en una isla del Adriático, protegidos por un vasto
cordón diplomático-militar comandado por el propio Mossad. Fuera, los rebeldes
clamaban fría venganza envueltos en abrigos, turbantes y pañuelos. El invierno
era su grito de guerra, su reivindicación, sus últimas palabras. Dentro, los
pájaros naranjas afilaban sus picos para el gran festín mientras un cuervo
recitaba un viejo testamento.
Las velas se apagaron
de inmediato con la entrada al palacio del primer encapuchado. Le seguía una muchedumbre
hambrienta cubierta de escarcha. Rompieron las estufas, ahogaron las hogueras
y derruyeron las doce chimeneas de la Gran Cámara. Los pájaros naranjas
sucumbieron en plena huída bajo las flechas heladas de los mejores hackers,
cayendo luego a las redes desplegadas por quinientos pelotones de infantería
oculta en descansillos, marquesinas y portales.
Tras la toma de la
plaza, los encapuchados se quitaron las caretas, las pancartas y las capas. Comieron
y bebieron desnudos entre jardines de ensueño, bajo la gran cúpula estrellada de
un lejano dos de mayo. Y así, entre danzas, coitos y debates saborearon, por
fin, la tan ansiada primavera.