Silba el mozo ante el camino
alegres voces del pasado,
voces sabias
inscritas,
letradas
sobre el cielo blanco,
decidido el
texto a alegrarle
a aquel
pimpollo el mal trago.
De un salto
bajose del carro.
Miró al
fondo, la arboleda,
las
casuelas, el campanario,
y caminaba
preparando el gesto,
la tez de
sobrino enlutado.
Tomo en
mano, de ciencia armado,
los grandes
banquetes jamás lo agradaron.
Pero qué
sabrá él, de lo divino y lo pagano,
si en su
corta existencia fue un pobre aldeano.
Qué sabe
quién si el mundo gira,
o tú y yo
quienes giramos,
tanto todo,
que no estamos.
Arrodillóse
el muchacho, silenciado,
ante una
cruz que lo miraba raro.
Es la hora, nadie
existe.
El último
adiós, con dios,
bajo el
portón empedrado.