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15 febrero, 2014

MI QUERIDA SVETLANA


Por fin te escribo. Llevo semanas sin quitarme esto de la cabeza y ha llegado el momento de abrirte mi corazón definitivamente. Creo que no he sido muy claro en mis intenciones y me siento en la obligación de informarte como es debido. Creo que ha llegado la hora de dar un paso más y formalizar un poco todo esto, yo me siento más que preparado y espero que tú también.

Ya sé que no te gustan las flores, ni los bombones, ni los pintauñas del Mulaya. Tampoco te gustan los retratos a carboncillo, ni los paraguas de Hello Kitty, ni el café con azúcar. Entendido todo eso. Joder, café sin azúcar… Bueno, que ya lo he asumido y no me importa. No me enfado. Deben ser excentricidades de tu cultura y yo las respeto a muerte, con dos cojones.

Pero una carta, Svetlana, una carta no puede no gustarte. ¿En qué país del mundo no es una carta lo más romántico que puede recibir una mujer de un hombre? Huélela, le he echado unas gotas de Brummel.

Te escribo porque hoy es San Valentín, patrón de los amantes, los apicultores y los epilépticos. Déjame entrar y charlamos cuando no tengas clientes que atender. Si es que sí, estoy en la acera de enfrente. No tienes más que levantar la mano. Sino entenderé que no quieres verme, pero que sepas que me vas a romper el corazón. Y ya no volvería nunca más, ni a hacer fotocopias ni a recargar el móvil ni a nada.

Siempre tuyo,
Anónimo