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08 junio, 2014

ALBEDRÍO


Personajes de ficción se dan cita en un bar. Nadie sabe si es elipsis o escena pero están preparados por si acaso. Eva, su autora, no les da ni bola. Prefiere charlar con Sebas, que la observa desde el sillón de enfrente entre hondas caladas. Sebas es un autor de vocablos exóticos y expresiones certeras, pero tiene un problema. No consigue dar con un prota serio, que tenga lo que hace falta para dar voz a su genio. Hastiado, baraja retirarse a las novelas de autoayuda, sabedor de que éstas no las lee nadie. Allí –piensa– podría vivir tranquilo, huir de la presión.

Los personajes de Eva se arremolinan en torno a la barra, mezclándose con los protas descartados de Sebas, que fuman sin parar. Va formándose una pequeña multitud de relaciones no escritas que empiezan a irritar al camarero, que ve que se le acumula el trabajo. Personajes de toda índole piden rondas de chupitos como si no hubiera mañana, bebiendo más allá de lo escrito. “¿Cuánto vale un euro ficticio?” se pregunta el camarero.

Eva aprovecha para sentarse disimuladamente junto al pobre Sebas que, cansado de aspirantes, lo ha mandado definitivamente todo a la mierda. La literatura y el amor. Eva intenta animarle, hacerle saber que no siempre es fácil encontrar lo que se busca. Sebas perjura al cielo en nombre de la alta ficción, tiempos pasados siempre fueron mejores.

No hay protas perfectos, dice ella. Tú los tienes, dice él. Tómalos, son todos tuyos. No son míos, dice Sebas, son demasiado listos y también más guapos. Todos mis mejores personajes juntos no hacen un protagonista que sea capaz, de forma creíble, de acostarse con alguna de tus protas sin caer en el alcohol y sus clichés. Es desbordante, concluye triste.

Mira que eres tonto... dice Eva, lamentándose mientras se levanta. Cuando te canses, te espero en casa.