El
propósito del hombre por captar la realidad en que vive ha venido siendo una
constante desde tiempos del ‘graffiti rupestre’ paleolítico, bien para
comprenderla mejor, bien para servirse de dicha realidad como un pilar sobre el
que apoyarse para construir un mensaje claro, contextualizado y reconocible por
los demás. De este modo se han ido sucediendo nuevos escalones que nos han ido
dotando de más y más medios de expresión, desde la escultura a la radio, hasta
llegar al cine. Pero, ¿acaso cree el cine ser el último escalón evolutivo en
esta carrera por expresarse? Resulta poco fiable vaticinar que no vayan a
surgir en el futuro nuevas formas de expresión superiores en matices al cine,
lo que sí parece innegable es el punto de inflexión que el nacimiento de este
medio supuso y aún supone en el bagaje comunicativo experimentado por el hombre
desde sus inicios.
El
cine sirve para satisfacer el hambre de contar o escuchar historias, pero mucho
más sirve para agarrar con las manos un ambiente en un lugar y período precisos
y, mediante su reconstrucción, expresarse. Y conviene reincidir en lo dicho, un
lugar y período precisos, puesto que es a esto, en gran medida, a lo que el
cine debe su grandeza.
Mientras
que la arquitectura o la pintura juegan con el componente espacial de aquello
que se quiere inmortalizar, otros medios expresivos como la música o la
literatura se despliegan en el tiempo, haciendo de éste su componente nuclear e
insustituible. El cine, en todo su desarrollo actual, ha logrado exprimir hasta
el extremo las posibilidades de un medio que aúna componentes espaciales y
temporales o, dicho de otra manera, ha aprendido a manejar los códigos de la
pintura, la escultura, arquitectura, la danza, la música y la literatura, y
juntarlos todos bajo sus propias disposiciones como medio, aprovechándose del
potencial de todas a la vez.
En este sentido, también
conviene recordar que todo este desarrollo experimentado por el medio cine se
ha ido produciendo en paralelo, a menudo en íntima relación, al momento
histórico, un momento –llamemos así al último siglo- en que la representación
icónica ha cobrado una desfasada atención en detrimento de otras formas como la
escrita. Buena cuenta de ello pueden dar en el mundo de la publicidad, del
mismo modo que el cambio experimentado en los hábitos relativos al ocio.
Piénsese, sin más, en la frecuencia de lectura lúdica de las generaciones hoy
adultas cuando eran niños, y compárese con la frecuencia de lectura de sus
hijos, o con las horas que éstos emplean en televisión, videojuegos, películas…
en definitiva, imagen. El cine facilita en muchos aspectos ese trabajo de
decodificación que todo receptor debe realizar para comprender lo que se le
transmite, por cuanto que la imagen siempre es más directa, más evidente y más
llamativa.
De la suma de todos estos puntos comentados surge la certeza de que
el cine es un medio con unas capacidades expresivas prácticamente inéditas en
toda la experiencia humana, y de ahí, por ende, su asombroso encanto, su ya
asumida fama.