TRASLATE

18 mayo, 2012

EL SUELO


                  El suelo se muere,
                  esquilmado.
                  
                  No hay paz
                  para el suelo helado.
                  No hay paz,
                  sólo un cielo gris,
                  un edén cerrado.

                  Huele a sopor,
                  a víspera de furia,
                  huele a feo desierto,
                  a sonido hambriento,
                  macabro.

                  El agua resbala
                  por las manos
                  atadas.

                  Pero volverá
                  la lluvia redundante
                  a nuestros hombros
                  mojados.
                  Ya va la lluvia
                  redundante
                  en cabalgata
                  de llantos.

                  Cae.

                  Insistente,
                  consistente,
                  cae hielo.
                  Hielo que duele,
                  que mata.

                  Tras el viento
                  tallos yacen como sogas.
                  Malpara y aborta
                  el granizo lapidario
                  contra el odio que brota.

                  El resto, necios
                  ignorando la jugada,
                  muy sencilla:
                  bajo tierra no hay miradas.

                  El suelo se ahoga
                  si no bebe nada.
                  El suelo se muere
                  y no pasa nada. 

BESTIARIO ( #721 - PARÉNTESIS RÚNICO )


El
PARÉNTESIS RÚNICO es una de las especies más extrañas de nuestro planeta. Habita en las sombras que hacen las farolas cuando amanecen las ciudades, y se alimenta de colillas y de exhalaciones nerviosas que suelta la gente que llega tarde al trabajo. El paréntesis rúnico es una especie de código de barras en 3D. Carece de brazos y piernas, aunque cuenta con una boca diminuta en el centro, en forma de raqueta de padel, por cuya mitad abierta resbala, cual corbata, una fina lengua de varios metros de largo. Al cumplir la mayoría de edad, el paréntesis rúnico muda su vocabulario y la lengua se le cubre de velcro –ó de la mitad suave de éste-. Gracias a esta mutación, el paréntesis rúnico adulto atrapa malos humos que obtiene del malestar generalizado y los convierte en petróleo refinado. El paréntesis rúnico, de la familia de los signos de puntuación, se perpetúa como especie mediante reproducción asexual, aunque no por ello abandona las poses de tipo duro, de ser-hecho-a-sí-mismo, con las que deambula orgulloso por la urbe, día y noche, en busca de la verdadera femme fatale -esa hembra autodestructiva que le lance una bocanada de humo en plena cara-. Pero la realidad actual para esta especie es delicada, pues no hay evidencias de que exista una verdadera femme fatale. Paralelamente a su búsqueda y mientras tanto, el paréntesis rúnico se entretiene coleccionando posavasos que encuentra en los alrededores del barrio de las Huertas y La Latina. Los recolecta a toneladas por entre las terrazas, toneladas que luego usará para la construcción de grandes palacios secretos en las llamadas ‘regiones vírgenes’ del planeta -a modo de plan de pensiones-. Todo a través de complejos softwares de metaespeculación selvática. El paréntesis rúnico, como sus hermanos cirílico y hebreo, muda su carcasa vítrea cada 24 otoños y nunca vive más de 80 años humanos. Ninguna persona lo vio jamás, a mí me lo contó mi perro que se llama Dios y tiene más de dos mil años.

BESTIARIO ( #374 - COMEFLORES VOLADOR )



Durante los meses de invierno, el
COMEFLORES VOLADOR anida en lo alto de enormes baobabs centenarios en el África tropical; mientras que, en los meses estivales, migra a las cimas del Indu Kush, en el Asia central, en busca de nieve fresca para beber. El comeflores volador se alimenta de flores secas que recoge con su largo pico, en forma de tobogán trapezoidal, con el que es capaz de arrancar cientos de ellas de una sola vez -su sistema gástrico no digiere otra cosa-. El comeflores volador tiene una visión escatopédica que le permite detectar un prejuicio a cien kilómetros; y sus alas están cubiertas de un plumaje negro como fondo oceánico sobre el que, según la hora y la estación del año, la luz dibuja una rapsodia de reflejos amarillos, rojos o morados. Su particular, o mejor dicho, su heterodoxa forma de piar se asocia más a un ruido que a una forma de comunicación. Curiosamente, se tiene la creencia de que la exposición continuada al canto del comeflores volador induce a un estado de trance neuroléptico seguido de una pérdida total de pensamiento crítico y de memoria a medio y largo plazo. Según esta creencia popular, la llegada en 1897 de una expedición occidental habría desatado una lucha de dimensiones exosféricas entre el comeflores volador y el hombre blanco, de cuyo desenlace no existe constancia empírica que pueda arrojar algo de luz sobre la intensa producción del imaginario local. Meses más tarde se inventó la publicidad.