Marco volvió a casa, aprobó
la ESO y su madre seguía sin volver. Apareció en su dieciocho cumpleaños,
colgada de un maromo llamado Draku, un tipo duro del Este. El tío pegaba a
Marco casi todos los días hasta que el chico se cansó y se volvió a ir de casa.
Su madre no pensó ir tras él.
Por suerte, Heidi lo acogió
un tiempo en su finca..., pero surgieron roces entre Clara y él. Clara llevaba una
temporada algo tensa. Vivía enganchada a los antidepresivos pero tanto Heidi
como el abuelo preferían mirar para otro lado. Nadie se atrevía con Clara, y
menos el viejo, que no salía del kirsch
y del cannabis y de la historia de Petra, su primera mujer. Heidi –que no era tonta-
sabía que al abuelo ya le daba todo igual, por eso había traído a Marco. Sin embargo, los
roces entre Marco y Clara derivaron extrañamente. Acabaron casándose.
Con el paso de los meses, Heidi fue comprobando cómo las
circunstancias le iban comiendo el terreno y, un buen día, agarró las maletas rumbo a
otra vida. Conoció en Macondo a Gastón -el ex
de Bella-, que andaba rehabilitándose de una cleptomanía mal curada, y se fueron a vivir a
Cádiz donde montaron un camping en el que aún hoy viven.