2 de Mayo de 1997, Madrid
El maldito ordenador se ha estropeado
otra vez y no paro de toser.
Me desperté a media noche con
la almohada empapada y los ojos como dos nectarinas chorreando agüilla
retiniano. Mete la cabeza bajo el grifo, anda. Los ojos
me escocían como ríos llenos de pirañas.
El agua me ha calmado el escozor,
pero no veía un carajo. Sólo sombras y bultos raros, y eso me ha mareado una
barbaridad. Encima he puesto perdidas las paredes del pasillo al pasar con el
pelo chorreando y, para colmo, casi resbalo.
He tenido que meterme en la cama
otra vez. Toda la habitación giraba en torno a mí como un tiovivo. Pero al rato
se me ha ido pasando; los párpados han dejado de palpitarme ansiosamente, y las
sienes ya no me arden.
Suena el teléfono.
Pi-pi-pí… Pi-pi-pí… Pi-pi-pí…
Estoy viendo COLORES.
He cogido el teléfono justo a
tiempo para escuchar ese pitido triple de cuando ya han colgado; pero estoy
flipando en COLORES. Cuando nací, nadie se dio cuenta y tardé toda una niñez en
descubrir, por no sé qué historia de mi ADN, que no capto los colores de las
cosas. Lo llaman acromatopsia.
*
Pero ahora estoy viéndolos,
infinidad de COLORES. No se cuál es cuál pero los veo todos. Son tantos y tan
raros… Creo que ya entiendo porqué la gente hace cola en los museos o en los
estadios; o en el H&M.
Me quedo embobada mirando por la
ventana de mi cuarto. Me vuelven a llorar los ojos, ahora de emoción. La calle
a mediodía es del mismo color que mi peluche de Bob Esponja, cogiendo polvo en
la estantería.
Estoy alterada, me siento
alterada. Creo que el picor de ojos me ha descoordinado los hemisferios
cerebrales. Me voy a tomar un yogur.
Mi piel ha adquirido un tono extraño
que me preocupa. Sospecho que puede ser otro síntoma, como el picor de ojos, y
me da un aire repipi que me va a hundir el autoestima.
Pero, síntomas... ¿de qué?
Sólo sé que me he despertado
llorando y… ¡Joder! Ahora parezco un yogur de fresa. Hasta las paredes de mi
cuarto, que toda la vida han sido blancas, resultan ser también de ese color.
Encontré el bote de pintura entre las cajas del trastero y en la base ponía “SALMON
nº217”.
El armario también es color “salmón
217”, aunque yo siempre lo vi color madera. La puerta izquierda guarda la ropa
blanca; y la derecha, ropa y calzado negros.
No sé si me acaba de gustar tener
la piel del mismo color que un pez, un armario o un yogur; al menos, no es lo
que imaginé durante estos años. Mientras pienso eso, mi cabeza se llena de
focas verdes, tigres azules y mariposas naranjas…
Es una locura preciosa esto de los
colores, aunque temo por mi salud. La reacción cutánea no se quita y empiezo a
acojonarme de verdad.
Toso a ratos, y me ha salido un
moratón gigantesco en el dedo gordo del pie.
Hola, sr. Morado.
Ahora, ya sé de qué color son las
moras… ¿y los moros? Vaya… un país de gente morada como mi dedo gordo.
Un placer, sr. Morado. Pero quiero
conocer a los demás colores. Salir a verlos o que alguien me los enseñe; puros
y mezclados. Esos amarillos que andan por las calles, todo el día chillando; y
esos verdes de los que hablan, adictos al pistacho. Al menos, hay doscientos de
ellos…
Estoy decidida a salir a verlos todos; pero el cerrojo de la puerta está atascado otra vez. Las llaves nunca
aparecen por ningún lado. Yo las sigo buscando por cada rincón, no
paro jamás. El cerrojo está atrancado.
Yo sigo... Estrangulo el bombín
entre mis manos...
*
3 de Mayo de 1997, Madrid
Mierda. Ana Rosa Quintana en blanco y negro.
Mierda, mierda, mierda.
Otra noche en el sofá, la tele encendida toda la noche.
Un yogur de coco incrustado en mi lumbago.