El PARÉNTESIS RÚNICO es una de las especies más extrañas de nuestro planeta. Habita en las sombras que hacen las farolas cuando amanecen las ciudades, y se alimenta de colillas y de exhalaciones nerviosas que suelta la gente que llega tarde al trabajo. El paréntesis rúnico es una especie de código de barras en 3D. Carece de brazos y piernas, aunque cuenta con una boca diminuta en el centro, en forma de raqueta de padel, por cuya mitad abierta resbala, cual corbata, una fina lengua de varios metros de largo. Al cumplir la mayoría de edad, el paréntesis rúnico muda su vocabulario y la lengua se le cubre de velcro –ó de la mitad suave de éste-. Gracias a esta mutación, el paréntesis rúnico adulto atrapa malos humos que obtiene del malestar generalizado y los convierte en petróleo refinado. El paréntesis rúnico, de la familia de los signos de puntuación, se perpetúa como especie mediante reproducción asexual, aunque no por ello abandona las poses de tipo duro, de ser-hecho-a-sí-mismo, con las que deambula orgulloso por la urbe, día y noche, en busca de la verdadera femme fatale -esa hembra autodestructiva que le lance una bocanada de humo en plena cara-. Pero la realidad actual para esta especie es delicada, pues no hay evidencias de que exista una verdadera femme fatale. Paralelamente a su búsqueda y mientras tanto, el paréntesis rúnico se entretiene coleccionando posavasos que encuentra en los alrededores del barrio de las Huertas y La Latina. Los recolecta a toneladas por entre las terrazas, toneladas que luego usará para la construcción de grandes palacios secretos en las llamadas ‘regiones vírgenes’ del planeta -a modo de plan de pensiones-. Todo a través de complejos softwares de metaespeculación selvática. El paréntesis rúnico, como sus hermanos cirílico y hebreo, muda su carcasa vítrea cada 24 otoños y nunca vive más de 80 años humanos. Ninguna persona lo vio jamás, a mí me lo contó mi perro que se llama Dios y tiene más de dos mil años.
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18 mayo, 2012
BESTIARIO ( #721 - PARÉNTESIS RÚNICO )
El PARÉNTESIS RÚNICO es una de las especies más extrañas de nuestro planeta. Habita en las sombras que hacen las farolas cuando amanecen las ciudades, y se alimenta de colillas y de exhalaciones nerviosas que suelta la gente que llega tarde al trabajo. El paréntesis rúnico es una especie de código de barras en 3D. Carece de brazos y piernas, aunque cuenta con una boca diminuta en el centro, en forma de raqueta de padel, por cuya mitad abierta resbala, cual corbata, una fina lengua de varios metros de largo. Al cumplir la mayoría de edad, el paréntesis rúnico muda su vocabulario y la lengua se le cubre de velcro –ó de la mitad suave de éste-. Gracias a esta mutación, el paréntesis rúnico adulto atrapa malos humos que obtiene del malestar generalizado y los convierte en petróleo refinado. El paréntesis rúnico, de la familia de los signos de puntuación, se perpetúa como especie mediante reproducción asexual, aunque no por ello abandona las poses de tipo duro, de ser-hecho-a-sí-mismo, con las que deambula orgulloso por la urbe, día y noche, en busca de la verdadera femme fatale -esa hembra autodestructiva que le lance una bocanada de humo en plena cara-. Pero la realidad actual para esta especie es delicada, pues no hay evidencias de que exista una verdadera femme fatale. Paralelamente a su búsqueda y mientras tanto, el paréntesis rúnico se entretiene coleccionando posavasos que encuentra en los alrededores del barrio de las Huertas y La Latina. Los recolecta a toneladas por entre las terrazas, toneladas que luego usará para la construcción de grandes palacios secretos en las llamadas ‘regiones vírgenes’ del planeta -a modo de plan de pensiones-. Todo a través de complejos softwares de metaespeculación selvática. El paréntesis rúnico, como sus hermanos cirílico y hebreo, muda su carcasa vítrea cada 24 otoños y nunca vive más de 80 años humanos. Ninguna persona lo vio jamás, a mí me lo contó mi perro que se llama Dios y tiene más de dos mil años.
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