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13 noviembre, 2018

03 diciembre, 2016

MI TÍO ÓSCAR

Lo peor de los entierros es llegar. Cuando estás de camino surge un acaloramiento interior  como de aguardiente, como si te fueran a lanzar desde un avión a dos mil metros, que no desaparece hasta darle el pésame a los más cercanos, el núcleo duro del muerto. A partir de ahí la historia cambia mucho, tanto más cuanto lejano sea uno del desaparecido, porque al que acude en calidad de vecino del tercero o de concuñado de la sobrina no le afecta tanto ese proceso de fatal asunción como al que acude en grado de viejo amigo o de hermanito del alma. Ahí surge la controversia de la que se deriva la absoluta falta de naturalidad que rige este rito secular.

En todo cementerio que se precie puede uno asistir a ese baile a tres entre los contingentes, los prudentemente necesarios y el citado núcleo duro con la viuda o viudo -en adelante la parte singularizada- a la cabeza. Se le podría añadir a estos tres grupos un cuarto según la familia, el de las plañideras custodias de la parte singularizada a pie de féretro, pero computan mejor dentro de ésta, como mero complemento, ya que tampoco interactúan más allá del muerto y la explicación se simplifica.

El último funeral al que asistí fue el de un tío mío cuya vida fue de lo más variopinto. Fue un evento soporífero y mentido pero me tuvo los siguientes días sin poder quitarme a mi tío de la cabeza. Él mismo solía tener la maravillosa costumbre de emborracharse hasta las trancas en cada entierro, aportando un emblemático contrapunto festivo a los fallecimientos familiares.

Ahí yacíamos nosotros de pie, los suyos, los últimos testigos de su existencia entonando juntos un rezo en torno a la transcripción plastificada, mi prima y su marido, los niños, mi otra prima con el suyo, y yo con mi nueva novia pelirroja.

De natural alcohólico y parado, mi tío Óscar aprovechaba las escasas reuniones familiares para cargar las tintas y engañar un rato la abstinencia. Gracias a ello pude conservar -al menos hasta mi comunión- una imagen positiva y cariñosa de él, de tío divertido y buena gente aunque un poco desastrao, como decía siempre papá.

En los entierros, la parte singularizada -de haberla- es la que más sufre, como indica la propia lógica, y adopta el rol de pelota de pinball frente a contingentes y necesarios. En familias numerosas el núcleo duro se centrifuga formando pequeños subgrupos en los que coexisten individuos de toda índole. No fue así en el entierro de mi tío, en el que todos los asistentes habríamos cabido perfectamente en un taxi grande.

Al hacerse mayor, a mi tío Óscar le consiguieron plaza en un centro para la tercer edad, allí pudo desengancharse de la bebida y vivir en paz sus últimos años, si bien no perdería jamás esa melancolía congénita, esa pena oscura que lo acompañó siempre y, según dicen, ya desde la niñez.

Una vez fui a visitarle al centro y le llevé bombones, no sé por qué. El bueno de mi tío se los comió todos de golpe -incluso los de licor- y me soltó que ya me podía ir si quería. Noté que, pese a su edad y su pasado, era perfectamente capaz de masticar mientras hablaba sin que se le escapase un gramo de chocolate. La sobriedad le daba un punto de juventud a su vejez, sus movimientos eran escasos pero decididos. Francamente lo vi bien. Le di un beso y me fui.

Tras la oración salimos a fumar y nos despedimos de mis primas y su prole en medio de la más yerma de las desidias. Teniendo en cuenta que mi tío Óscar era el último de sus hermanos, quién podría decir cuándo sería la próxima vez que nos volveríamos a ver, o si la habría.


En tales casos no queda más remedio que meterte en el coche y poner la radio, guardar silencio y desatar la mente. Esperar a que te empape la empatía y la tristeza se te coma el alma por un rato, ese momento en que pones cara a tu propio entierro y te lo imaginas con todo detalle, con extras y todo. Te preguntas cuál será la lista invitados, cuáles de ellos traerán ese acaloramiento como de aguardiente en la garganta por tener que visitar tu cadáver. El vello se te eriza sin darte cuenta al ver tu rostro amarillento, cerúleo, postrado entre raso y flores. Oscilas entre nihilismo y el carpe diem… Bueno, pero tú sigues vivo. Quizá esto te suena egoísta y te disculpes mentalmente con el muerto, pero invariablemente acabas dibujando una sonrisa en la incorporación a la comarcal porque entonces lo peor, que es el momento de llegar a un entierro, ya ha pasado. Así hasta el siguiente.

25 junio, 2014

A VER QUÉ VA A PASAR


Marín estaba tan cansado de las colas que decidió que, a partir de ese día, serían otros los que le esperarían a él. Con la primera vez que lo intentó le bastó para cerciorarse, encima se le daba bien. Así que se puso a formar colas indiscriminadamente: en el cajero, en la máquina de tabaco, en el torno del metro… Colas largas o pequeños congestionamientos en puntos bien estudiados, generalmente lugares con gran trasiego. Desde atascos en baños públicos o en restaurantes self-service hasta riñas absurdas con limpiabotas callejeros. Realmente no solía causar mas que algún ceño fruncido o como mucho una amenaza leve. En ningún momento algo por lo que replantearse la profesión. Se había convertido en su vida entera, incluso dejó su empleo para dedicarse en cuerpo y alma. Según crecían sus colas menguaban sus ahorros.

Se presentó una mañana en el banco, a primera hora, para arreglar el asunto. Como era de esperar, hubo de hacer cola y cuando por fin llegó su turno, resultó que era “insolvente”. Tanta espera para nada, allí debía haber un error.

Marín salió del banco y se volvió andando su casa, intrigado. La cabeza le daba vueltas cargada de preguntas e hipótesis. "¿Será posible...?" pensaba, "y de serlo, ¿qué tendrá eso que ver...?". Posó frente al espejo durante más de dos horas, analizando cada rincón de su piel. Finalmente se preparó una bañera caliente, se quitó la ropa y echó dos sobres de disolvente en polvo.

08 junio, 2014

PEDRO Y EL LOBO


La enésima vez que Pedro llegó al pueblo con el cuento del lobo, los vecinos ya no le creyeron. Se mofaron de él y algunos del fondo hasta le increparon y agredieron con piedras. Pedro se volvió al prado por donde había venido, a buen trote y sangrando de una ceja. Se quedó pensando bajo un manzano. Estaba dolido por el ridículo.

A la mañana siguiente el pueblo entero se reunió en la plaza con inédita urgencia. A uno le habían devorado dos ovejas, a otro seis gallinas, al molinero le habían desaparecido los asnos y a su vecino de enfrente le habían descuartizado la mula. Había uno al que los demás miraban con desdén, pues no le faltaban más que un par de azadones. Todos tenían un grito que lanzar al aire y rápidamente cundió el miedo y la ira en el pueblo.

Organizaron una partida para peinar la zona, armados con tridentes y antorchas, a la caza de lo que creían un lobo. Caminaron durante días, semanas, convencidos de la necesidad de acabar con el monstruo si querían recuperar su preciada paz de meseta. Algunos cayeron enfermos por el camino hasta que, por fin, un buen día lo encontraron.

Muy al revés de la imagen que de él había ido formándose a base de burdos rumores, el lobo vestía de traje y corbata. Llamaba insistentemente al timbre de una bonita casa de ladrillo rojo. Abrieron la puerta tres pequeños cerditos con sendos chándals a juego. Pedro sacó un folleto de su maletín y comenzó a recitar de memoria. Los vecinos aguardaban ocultos en el bosque, preparados ya para el ataque cuando los mellizos invitaron al lobo a tomar té.

Aquí un cuento se acaba y otro empieza. Cualquier posible relación es arbitraria.

Peter fue un niño toda su vida y vivió a lo Gatsby. Convivía con la polémica. Llegó a hacerse una película de dibujos animados, producida por la ex jefa de prensa del mismísimo Mr. Wolfgang, alias "el lobo", en la que se ilustraban los escarceos de Peter con la pedofilia y el tráfico de menores. Años más tarde un cable del CNI desvelaría cuantiosas pruebas de las relaciones entre Pedro y el Lobo. Cohecho, tráfico de influencias, tratos de favor… La popularidad de Peter cayó un 26% según las encuestas. Lástima que, por entonces, todos los delitos hubieran prescrito. No obstante, sufrió escraches.

Posteriormente, ante las cámaras de los grandes medios, Peter y el señor Wolfgang afirmarían con total rotundidad y desde atriles distintos que todo aquel complot mediático no era más que una burda y peligrosa mentira orquestada para acabar con ellos.

ALBEDRÍO


Personajes de ficción se dan cita en un bar. Nadie sabe si es elipsis o escena pero están preparados por si acaso. Eva, su autora, no les da ni bola. Prefiere charlar con Sebas, que la observa desde el sillón de enfrente entre hondas caladas. Sebas es un autor de vocablos exóticos y expresiones certeras, pero tiene un problema. No consigue dar con un prota serio, que tenga lo que hace falta para dar voz a su genio. Hastiado, baraja retirarse a las novelas de autoayuda, sabedor de que éstas no las lee nadie. Allí –piensa– podría vivir tranquilo, huir de la presión.

Los personajes de Eva se arremolinan en torno a la barra, mezclándose con los protas descartados de Sebas, que fuman sin parar. Va formándose una pequeña multitud de relaciones no escritas que empiezan a irritar al camarero, que ve que se le acumula el trabajo. Personajes de toda índole piden rondas de chupitos como si no hubiera mañana, bebiendo más allá de lo escrito. “¿Cuánto vale un euro ficticio?” se pregunta el camarero.

Eva aprovecha para sentarse disimuladamente junto al pobre Sebas que, cansado de aspirantes, lo ha mandado definitivamente todo a la mierda. La literatura y el amor. Eva intenta animarle, hacerle saber que no siempre es fácil encontrar lo que se busca. Sebas perjura al cielo en nombre de la alta ficción, tiempos pasados siempre fueron mejores.

No hay protas perfectos, dice ella. Tú los tienes, dice él. Tómalos, son todos tuyos. No son míos, dice Sebas, son demasiado listos y también más guapos. Todos mis mejores personajes juntos no hacen un protagonista que sea capaz, de forma creíble, de acostarse con alguna de tus protas sin caer en el alcohol y sus clichés. Es desbordante, concluye triste.

Mira que eres tonto... dice Eva, lamentándose mientras se levanta. Cuando te canses, te espero en casa.

02 junio, 2014

EL RIO



Ernesto comandaba la misión desde la proa del primer bote, deshaciendo la corriente entre las yemas de los dedos para sondear las malas vibraciones. Tenía dos días y tres noches para llegar a Aracataca antes que las tropas imperiales.

El atardecer le calmó cierta ansiedad pegada al pecho, siguieron remando contra el horizonte. La tropa parecía al borde del motín, se pasaban el día hablando de sus mujeres y sus bestias, hambrientos como lobos. El río bajaba revuelto bajo el fusil de Ernesto.

Cayó la noche, sacó el diario y se confesó. Luego echó la vista atrás  y se descubrió navegando solo, encaramado a una secuoya inmensa como sus principios.

Encalló en un vado y se encontró a la Muerte, que lo esperaba en la orilla con los brazos en jarra. Hechas las presentaciones, Ernesto se metió otra vez al río y buceó hasta el fondo. Ella esperó a escuchar la última burbuja y luego puso rumbo a la Capital, que ardía desde el alba entre los fuegos de la revolución.

12 mayo, 2014

HOLA, HEIDI


Marco volvió a casa, aprobó la ESO y su madre seguía sin volver. Apareció en su dieciocho cumpleaños, colgada de un maromo llamado Draku, un tipo duro del Este. El tío pegaba a Marco casi todos los días hasta que el chico se cansó y se volvió a ir de casa. Su madre no pensó ir tras él.

Por suerte, Heidi lo acogió un tiempo en su finca..., pero surgieron roces entre Clara y él. Clara llevaba una temporada algo tensa. Vivía enganchada a los antidepresivos pero tanto Heidi como el abuelo preferían mirar para otro lado. Nadie se atrevía con Clara, y menos el viejo, que no salía del kirsch y del cannabis y de la historia de Petra, su primera mujer. Heidi –que no era tonta- sabía que al abuelo ya le daba todo igual, por eso había traído a Marco. Sin embargo, los roces entre Marco y Clara derivaron extrañamente. Acabaron casándose.

Con el paso de los meses, Heidi fue comprobando cómo las circunstancias le iban comiendo el terreno y, un buen día, agarró las maletas rumbo a otra vida. Conoció en Macondo a Gastón -el ex de Bella-, que andaba rehabilitándose de una cleptomanía mal curada, y se fueron a vivir a Cádiz donde montaron un camping en el que aún hoy viven.

11 mayo, 2014

EL PRIMER BESO


Cerraron los ojos a la vez y se acercaron despacio, cogidos de la mano bajo el viejo castaño. El recreo bullía en un segundo plano con los gritos de los apostadores de tazos, los versados en liebre o los reyes del futbito -entre otros muchos-, repartidos por el patio en pacífica coexistencia.
A
Ellos estaban al margen, al fondo, en la zona prohibida. Siguieron acercándose más y más, muy despacio, hasta que sus diminutas bocas colisionaron en un beso. El primero de Bea. Qué guapo era Jorge, el que más de la clase. Bea sucumbió a una sonrisa desconocida, rara, mayor. También le había quedado un regusto a caucho en los labios. Abrió los ojos y se vio sola bajo el viejo castaño. Quiso otro beso pero ni rastro de Jorge.
A
Empezaron a oírse gritos en el arenero. En unos minutos todo el patio estaba allí curioseando. También Bea se acercó a ver qué pasaba, saboreando todavía en ese sabor a caucho lejanamente familiar. Aún le dolían los labios por culpa de los brackets de Jorge, pero era tan guapo… Y con esos ojos, tan azules…
A
En el epicentro del griterío, una rana gorda y fea planeaba la huida entre el alboroto de manos y cubos y abrigos, brincando hacia el despacho del director.

Inmediatamente Bea se exculpó consigo misma de haber convertido a Jorge en un sapo. En fin, ¿cómo iba a saber ella que lo del beso funciona también en la vida real? ¡¡¿¿y al revés??!!

Como llegara a oídos de don Ángel, se la iba a cargar entera. La castigarían, llamarían a sus padres y también ellos la castigarían. Total, por un beso.
A
Mayores y pequeños perseguían a la rana hasta la entrada del aulario, vociferando y empujándose como posesos. Bea fue sorteando a unos y otros hasta llegar al origen. Enganchó la rana de un certero agarrón y lo primero que hizo fue mirarla a los ojos, por si se deshacía el hechizo, pero no. Ni siquiera los tenía azules. Bea dudó un instante acerca de la diferencia entre las ranas y los sapos; luego salió del tumulto entre las quejas de los mas mayores, indignados por la repentina interrupción del escarnio. Uno de ellos le quitó la rana de las manos y, con una mueca de placer, cargó el brazo con todas sus fuerzas. Bea se desvaneció ante la imagen del pobre Jorge proyectado a esa velocidad contra la pista de baloncesto.

A
De pronto todo era oscuridad y Bea creyó escuchar que la llamaban desde lejos.

Doña Úrsula golpeó varias veces en la mesa con el dorso del borrador, pronunciando cada vez más alto el nombre y los apellidos de Bea, que dormía plácidamente sobre sus pequeñas manos llenas de pulseras de colores. En el pupitre contiguo, Rubén le soltó un codazo entre risas nerviosas. Por fin Bea sacó la cabeza de entre los brazos, roja de vergüenza, y continuó leyendo en voz alta por donde Doña Úrsula le indicó.
A
Leyó sin ganas de leer, deseando estar aún dormida, sin bobos al lado pintándole el estuche o rompiéndole las ceras. Mejor estaría allí fuera,  bajo el árbol, besándose con Jorge.

Aunque fuera un sapo.

05 mayo, 2014

LA PRIMAVERA


Llegó la primavera y, con ella, llegaron los pájaros naranjas. Los pájaros naranjas se comieron las cosechas, los tendidos eléctricos y los posavasos de los bares. Las aseguradoras compraron los servicios de algunos de los mejores pájaros naranjas, asegurándose un caos sistémico que, con el tiempo, abocó a la población a los seguros basura. Las acciones del pan llegaron a valer más que el consumo anual de cereal de países enteros, mientras las esposas de los mejores pájaros naranjas inundaban las portadas de las principales revistas de tendencias. A su vez, altos dirigentes del sector editorial articulaban variopintas fusiones con magnates de las telecomunicaciones, la armamentística o el deporte, dando a luz a nuevas sociedades transnacionales que, en los albores del nuevo siglo, comenzaron a invertir en creativas campañas publicitarias que animaran a la gente a ser parte activa del sistema. Una de las más famosas fue aquélla en defensa de los bares.

Los pájaros naranjas se reunieron en secreto en una isla del Adriático, protegidos por un vasto cordón diplomático-militar comandado por el propio Mossad. Fuera, los rebeldes clamaban fría venganza envueltos en abrigos, turbantes y pañuelos. El invierno era su grito de guerra, su reivindicación, sus últimas palabras. Dentro, los pájaros naranjas afilaban sus picos para el gran festín mientras un cuervo recitaba un viejo testamento.

Las velas se apagaron de inmediato con la entrada al palacio del primer encapuchado. Le seguía una muchedumbre hambrienta cubierta de escarcha. Rompieron las estufas, ahogaron las hogueras y derruyeron las doce chimeneas de la Gran Cámara. Los pájaros naranjas sucumbieron en plena huída bajo las flechas heladas de los mejores hackers, cayendo luego a las redes desplegadas por quinientos pelotones de infantería oculta en descansillos, marquesinas y portales.

Tras la toma de la plaza, los encapuchados se quitaron las caretas, las pancartas y las capas. Comieron y bebieron desnudos entre jardines de ensueño, bajo la gran cúpula estrellada de un lejano dos de mayo. Y así, entre danzas, coitos y debates saborearon, por fin, la tan ansiada primavera.

19 abril, 2014

MARÍA


A María empezó a crecerle la barriga un día de finales de marzo mientras almorzaba con sus amigas. Entre chisme y chisme, de pronto su vientre comenzó a hincharse ante la sorpresa de las otras mujeres. Un murmullo surgió en alguna de aquellas bocas masticantes de ojos cómplices y la noticia se propagó.
María sabía que no estaba embarazada. No podía estarlo pues, como todo el mundo sabía, era la única mujer del pueblo que aún no había probado hombre. De ello se lamentaban sus padres, que no veían la forma de desposarla con nadie; simplemente, ningún hombre la quería. Periodistas, maleantes y curiosos de toda la comarca se acercaron atraídos por el morbo. Aquella barriga virgen crecía cada día un poco más sin que nadie reclamara la paternidad del nonato.
Nueve meses después, María yacía tendida en la cama esperando a su hijo. Tras llantos, gritos y una pizca de placer, se lo pusieron en los brazos. En vez de un niño, había parido una religión.

18 abril, 2014

TRIÁNGULO DE AMOR BIZARRO


La chica miraba al perro, el perro a su dueño y éste a la chica. Había empezado a llover y se encontraron juntos al cobijo de un soportal cualquiera. Ahora la chica miraba al chico, éste a su perro y el perro a la chica. Hubo un acercamiento, por momentos llegaron a quererse pero volvió a salir el sol y la chica se largó arreglándose el pelo. Al chico le dolió esa última mirada entre miedo y desprecio. Cogió al perro en brazos, cerró el paraguas y decidió seguirla.

LOS DESMEMORIADOS


Ella había cumplido un mes sin fumar y me pidió una calada. Unas caladas. Le dije que sí, aunque era que no. En efecto, para cuando tiré el cigarro, ella ya había olvidado sus caladas, su ración de humo. Por fin supe que había dado con la horma de mi zapato. La quise para siempre, aunque ahora mismo no recuerdo su nombre.

29 marzo, 2014

MUY CERCA



Estuve durante un rato en silencio para poder oír bien. Insultos, gritos, sillas arrastradas, impactos amortiguados, ceniceros rotos… Después de media hora pensé que era una suerte seguir oyendo los aullidos de aquella joven desconocida. Quería decir que, al menos, seguía viva. Al final me acostumbré a ellos. Un rato después volví a poner la oreja. Eran carcajadas y la tele lo que sonaba en casa de los vecinos de abajo.