Estuve durante un
rato en silencio para poder oír bien. Insultos, gritos, sillas arrastradas,
impactos amortiguados, ceniceros rotos… Después de media hora pensé que era una
suerte seguir oyendo los aullidos de aquella joven desconocida. Quería decir
que, al menos, seguía viva. Al final me acostumbré a ellos. Un rato después
volví a poner la oreja. Eran carcajadas y la tele lo que sonaba en casa de los
vecinos de abajo.
TRASLATE
29 marzo, 2014
18 marzo, 2014
PALOS, PIEDRAS Y PALABRAS
Pasado
m. Tiempo anterior al presente: Los dinosaurios vivieron en el pasado
m. Tiempo anterior al presente: Los dinosaurios vivieron en el pasado
Presente
adj. y m. [Tiempo] en que se sitúa actualmente el hablante o la acción: El presente es una incógnita
adj. y m. [Tiempo] en que se sitúa actualmente el hablante o la acción: El presente es una incógnita
Futuro
m. Tiempo que está por llegar: En el futuro la ciencia y la tecnología harán posible lo imposible
m. Tiempo que está por llegar: En el futuro la ciencia y la tecnología harán posible lo imposible
~ * ~
ESTACIÓN CHAMARTÍN,
ANDÉN 18 – AMANECER
El día en que Armando marchaba hacia el frente, los pájaros
no acudieron a piar el alba. Genoveva, la madre de Armando, lo interpretó como
un mal augurio, apoyada contra una de las altísimas columnas del andén, pero prefirió
guardarse las supersticiones para sí misma. Ya nada lo separaba de cumplir, había llegado el día.
Jóvenes patriotas de verde oliva sellaban sus bocas
contra preciosas jovencitas perfumadas, orgullosas de llorarles por la futura
ausencia. Armando esperaba al margen de la muchedumbre, sentado en su petate, callado,
con la mirada y la mente enredadas en aquella catenaria que los llevaría, a
través de mil fronteras, hasta el frente ruso.
En el mundo de Armando las cosas importantes eran
pocas y pequeñas. Las grandes ocupaban muy poquito espacio. La política, las grandes
ideas, las ideologías… Le parecía que todo eso, lo que era a él, le influía
poco o nada. Esas cosas quedaban muy lejos de su casa al pie del Manzanares. Él
jamás en la vida se habría alistado para ir a Rusia a pegarse tiros -y de
voluntario, menos- pero ya se había encargado su madre de que la
quinta generación de Armando Guerra cumpliera con su compromiso histórico de
servir a la patria. A Armando aquello le daba más o menos igual. Por ideales no
era, pero igual después podría hacerse un hueco y acabar, quién sabe, de
reservista. No era sensato descartarlo.
Lo de estudiar no le interesó nunca. Las Ciencias le
parecían cosa de listos, y más aún, de listos pudientes; mientras que las
Humanidades directamente le parecían inútiles e incomprensibles. Le hubiera
gustado echarse una chavala, eso sí, y llevarla de paseo los domingos a la Gran
Vía. Pero era muy feo –él lo sabía, como también sabía que no lucía mucho en
porvenir como ayudante de ferretero–. En cualquier caso, así mejor. No tendría
que despedirse de ninguna. Bueno, de mamá. Con tal de no contradecirla,
Armando…, lo que hiciese falta. Ya pueden llover cantos en Rusia que, por no
oírla…
Genoveva colocó una gruesa bufanda en torno al cuello
de su hijo, se estiró sobre las puntas de esparto y lo besó en la frente hasta
que el tren echó a andar. Genoveva arqueó una comisura al verlo marchar. El
andén rompió en un sonoro aplauso de despedida a los héroes. Como todos los
demás, Armando sacó el brazo derecho por la ventanilla y lo extendió en
dirección al sol, al estilo de los buenos patriotas. El cielo se llenó de
proclamas victoriosas y humo negro. Aquel día ni siquiera había sol y, muy en
el fondo de sus pensamientos, Armando simplemente pensaba en el tiempo que
pasaría hasta volver a ver un partido de su Atleti.
En ese mismo instante, la prima Lola rompía aguas en
algún lugar del Parque de la Bombilla, dejando caer al barro un cántaro lleno
de leche fresca.
~ * ~
ESTADIO VICENTE
CALDERÓN, FONDO SUR – ANOCHECER
Salvador Guerra había apostado diez mil calas a que
el Atleti ganaba en casa al Spartak de Moscú. Partido de vuelta de Semifinales
de la Champions, las gradas rugían de ilusión aquel martes. Salva tenía un
abono y la cabeza rapada. Después de acabarse una botella de Ballantine’s, entró
al campo y cantó a pleno pulmón durante noventa minutos; ahí, al frente, con su familia deportiva.
El Atleti perdió tres a dos en un partido brusco y
pobre. Sendas aficiones se citaron en la calle para el epílogo, bien dispuestos
para soltar adrenalina, frustraciones y hostias. Salva llevaba un bate con la esvástica.
Tiros ya no quedaban. La rabia de la derrota hacía salivar a los fanáticos
rojiblancos como él, y los rusos no iban a ser menos. Los de casa esperaron
bebiendo en las inmediaciones, esperando a que soltaran la liebre. Cuando la
hinchada moscovita salió del estadio, comenzó la batalla.
Salva murió junto a un coche aparcado con el pecho
hundido a golpes. Un mes después despertaría en La Paz, preguntando por las
diez mil calas que tenía apostadas a la victoria del Atleti.
~ * ~
PARQUE DE LA
BOMBILLA, CINE VERANO – NOCHE
Iván Guerra y su novia compartían la ensaladilla rusa
a cucharadas entre las sillas vacías. Sería un martes o un miércoles, uno
cualquiera, en el cine de verano de la Bombilla. No había nadie. Estaban ellos
solos, cargados de zampe y cerveza. Se instalaron en el centro y cenaron a la
fresca del Manzanares. Esa noche echaban una muy mala, la típica americanada, El último soldado o algo por el estilo.
Comando americano trasladado a país árabe para
aniquilar infieles sufre emboscada modelo vietcong y mueren todos los guapos menos
uno, el más guapo, que vuelve a su país como un héroe. A Iván le encantaba ese
tipo de películas, le recordaban a su padre, a cuando le llevaba al cine y
luego al estadio, a ver el Atleti con sus amigos. Más que recordar, Iván rememoraba
una especie de versión dulce e hipertrofiada de su padre, formada a partir de las
dos o tres imágenes mentales que conservaba de la infancia.
Iván quería ser rico a toda costa y cuanto antes, esa
era la clave. Siempre había pensado que su padre desapareció para largarse a
hacer dinero a algún otro sitio de Madrid o de España, seguramente lejos del
río. Iván era potamófobo –fobia a los ríos– y, curiosamente, había vivido desde
siempre frente a la ribera del Manzanares. Con el tiempo acabó construyéndose
una extraña relación de amor y miedo entre ambos.
En cierto modo, su demencia estaba
plenamente justificada. Cuando papá se fue, mamá se tomó una botella de DYC y
se tiró al río. Iván estaba a escasos cien metros, en el mismo cine de verano
donde ahora Julieta y él se metían mano como locos ajenos al discurso de Mark
Whalberg. La noche en la que Iván se quedó huérfano echaron Lilith, una película de Robert Rossen
sobre lunáticos y cascadas. Iván no paró de ver ríos durante más de dos horas
pero no entendió nada de aquella película. Al llegar a casa, su madre no
estaba. Tampoco lo entendió.
Cuando no se besaban, Iván miraba de reojo el escote
de Julieta y se retensaba todo entero. La película transcurrió por los afluentes
del patriotismo yankee hasta la
última escena, en la que Whalberg recibía la tan ansiada condecoración por el
coraje derrochado.
Detrás de la pantalla, entre un par de urinarios
móviles, Iván y Julieta luchaban sin protección ninguna, diciéndoselo todo muy
despacio desde los sótanos del Despacho Oval. Se oyó un largo quejido. A
continuación, Morgan Freeman Obama concluía su discurso presidencial con una
frase de agradecimiento a los miles de americanos que abandonaban sus casas para
liberar al Mundo del integrismo y la tiranía ayatollah:
—Los
palos y las piedras pueden romper nuestros huesos, pero las palabras rompen
todos los corazones.
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12 marzo, 2014
QUÉ MÁS DA
Bueno, bueno, bueno. Esta niña es tonta. Al final me mancha el chaquetón y la tengo que agarrar de los pelos. Juventud, divino tesoro…, verás, que como me hagas abrir la boca no sé como va a acabar esto… ¡Corchos! Ya me perdido otra vez… En fin, ni siquiera me estaba gustando; tanto Aureliano, tanto Arcadio… ya no sé ni de qué iba la historia. Y estos aparatos, de verdad, donde esté un buen libro que se quiten los nerbuc, hombre, por Dios… De verdad, oye, qué fatiga de Navidad, de regalos y de todo… Sigue leyendo, anda, sea por mirar a algún sitio… Al loro esa tía. Qué fuerte…, si le está babeando tol bolso a la vieja. Un poquito de orgullo propio, coño, y de autocontrol. Es que, ojo, qué castaña… Oy, oy, la hostia…, que me parto en cuatro, ¡qué jaleo lleva encima! Ésta se queda dando vueltas en la línea seis hasta mañana, verás. Vaya tela, vaya tela con la gente... No me la pego yo un martes desde hace yo qué sé. Puff, y ésa… Vaya cogorza lleva la amiga. Se lo ha debido pasar de miedo esta noche. Espera, si estamos a… ¿miércoles? Los martes son los nuevos jueves, Nacho, te estás haciendo viejo. Tienes que salir más… Bueno, bueno, pero si casi se sienta encima de la señora. Vaya trufa lleva... A que saco el iPhone y la grabo. ¡Toma!, y lo subo a twitter… Joder, es que está buenísima. Con ese vestidito apretado, esas medias… Si, sí, la cabrona está que se rompe. Qué taconazos… Con quién habrá pasado la noche. Desde luego, el pintalabios no se borra solo. Qué barbaridad. Y tan vulnerable, ahí, hecha un ovillo, regalándoseme... es que está para darla. Anda que el menda ese, también es para flipar, si es que…, vaya tela con la people. Qué descaro, se la está comiendo con los ojos, no pierde detalle el cerdo. Claro, ella no se cosca de la misa la media... De qué se va a enterar, si va hecha una mierda. Vamos, esto es…, ahí despatarrada con las tetas medio fuera; como para no estar el otro ahí, bien al loro. Cómo son los hombres, colega. Yo, de verdad… Coño, es que está buena, maja, está que se rompe la rubia. Porque va muy jodida, que sino le digo tres cosas… La señora ni se inmuta, no mueve un músculo, es alucinante. Le falta colgarse el ebook de la frente, o pff, comérselo. Bueno, bueno, que la rubia se despierta… A que le digo cuatro cosas, ahí, con tres pares de cojones… ¡Pero vamos...! Y el viernes me la calzo. Cinco pavos a que se baja en Moncloa. Si no se baja en Moncloa, se baja en Príncipe Pío. Si se baja en la mía, la digo algo… ¿Y si es hetero? Nunca sabes. Está tan sola… Definitivamente, a la señora se le están hinchando los ovarios, tiene toda la pinta. Se va a llevar un guantazo, ya se están mirando… ¡¡Aiba, mi madre!! Cuando lo cuente en la oficina no se lo creen. La cara de la pobre mujer es de #trendingtopic. No sólo la vomita encima, sino que luego va y le regala una rosa falsa. Qué imagen para empezar una mañana, increíble. Será cachonda, la tía… ¡¡¡Buajajajajajaja!!! El borracherón se lo pilló de vino tinto; eso, seguro. Y tú, yendo a clase de FOL, pedazo de sosa… ¿Cuándo fue la última vez que te cayó un martes en festivo, como aquí a la rubia…? Todo por cerrar la fiesta potándole el visón a una vieja. Qué tiempos… Seguro que tiene un montón de amigas y están todas tan buenas como ella. Olvídate, maja, ésta es tu parada. Va, Nachote, échale huevos. Venga, no te lo pienses. Con un par, tío… Que se está yendo, va… No jodas, hombre, si acaba de echar el hígado; no seas crío, anda, cómo vas a llegar tarde al trabajo. Te vas a perder esos pechámenes por pipa y por cagao. Flojo, que eres un flojo. Buah, pero si ya se ha ido. Si, total, ya… Qué más da.
21 febrero, 2014
ESCUELA DE DEMÓCRATAS
Un profesor calvo y chaparro
golpea con la regla en la mesa, tratando de acallar el barullo de la clase. En
la pizarra está escrita una pregunta: “¿¿¿Qué es la DEMOCRACIA???”
—Chsst, eh… ¡Felipín! ¡Jose Mari! A callar… —les riñe—. Vamos terminando, quedan tres minutos. Voy a salir un momento. No quiero escándalos. Juancar, muchacho, ven aquí. Te sientas en mi sitio y vigilas; al que se porte mal, me lo apuntas en la pizarra.
—A la orden, señor —certifica el muchacho, tenso y repeinado.
Camino a la puerta, don
Francisco se topa con dos alumnos sacando punta en la papelera.
—Santiago y Manuel, Manolito y Santi… ¿Qué hacen hablando dos crápulas como vosotros, que estáis siempre a la gresca? ¿Qué tramáis? Venga a sentarse, coño. —les riñe—.
—Estamos concertando la hora y el lugar para la batalla final, señorísimo —dice Manolito.
—Después de clase, a las cinco y media en la plaza España… —añade Santi, admirando la larga punta de su lápiz—. ¡¡¡A morir de pie!!!
Don Francisco sale de clase enfurecido arrastrando a Santi por las solapas de la chaqueta. Manolito vuelve a su sitio, saca el ABC y se pone a recortar la silueta de Massiel de la portada. Desde el centro de la clase, Juancar se dirige a los demás palpando la regla. —Queridos compañeros, me llena de orgullo y sat…—. Una voz afeminada lo interrumpe desde el fondo. —¡¡Cállate ya, mastuerzo!! ¡Que eres un bobón!
Juancar da un respingo y se va corriendo a la pizarra. —Vale, Blas, te he oído. A don Francisco vas… —Juancar apunta el nombre de Blas—. Cada vez que hables, te apunto un corchete ¿eh? Y cada uno resta un punto en la redacción.
—¿Qué redacción…? —pregunta Blas.
—¿Cuál va a ser…? Pues ésa. —responde Juancar, señalando la pizarra.
—¿Y si no me da la gana de hacerla? ¿Qué tengo yo que escribir lo que opine yo de eso? Esto no es clase de historia, es política. Política de la peor que hay.
—Zi ya lo dice mi madre, metedze en cozaz de política no trae nada bueno… —apunta otro.
—Pues claro, Marianito. Tú, mejor, registrador de la propiedad, o asesor financiero. Algo chuli… —dice Josemari.
—Vosotros es que no atendéis cuando habla don Francisco ¿verdad? Es que seguís en tercero... La redacción hay que hacerla y aprobarla —repone Alfredín—. El que no la escriba, luego no puede votar las reglas de la Pronstitución. Las reglas salen de la votación de los textos, ¡a que sí, José Luis!
—¿¿¿Cómo…??? —saltan Josemari, Blas y Albertito Ruiz. —¿La JONS-titución? —pregunta este último.
—La Constitución, lerdos. Hombre, por favor... Se trata de votar unas reglas de convivencia para todos los hombres y mujeres de este colegio. Empezando por nosotros, los de esta clase. —explica Felipín.
—Uy, qué redicho…, ¡ni que hubiera aquí chicas! —gimotea riendo Albertito. —¿Y esas reglas, por qué no las escribe don Francisco, que para eso es el director y le pagan?
—Porque eso ya no se vale, Bertín. ¿No ves que esto de la demogracia ahora está hasta en misa? —responde Josemari, a su lado.
—Sí, hombre, sí… Pero que a mí no me la dan. Aquí ya nos van a imponer de todo…
El orejudo Manolín camina pesadamente desde la primera fila hasta la mesa de Albertito y le explica algo al oído. Éste asiente, asombrado y sonriente, suspirando. —Si es que sois unos penosos, ahí, toda la clase venga a escribir sandeces… —añade Blas desde la esquina, dirigiéndose al grupo de Felipín.
—Conciencia de clase, gilipuertas. Que no sabéis lo que es eso. Ya vendréis, ya… Y no os dejaremos ni las migas del bocata —contraataca Joselu Rodríguez, arengado por Alfredo. Sentado delante, Felipín se acerca a Joselu y le explica algo al oído. Éste alza las cejas asombrado, asintiendo con gesto pensativo.
En primera fila, Adolfito permanece neutro y concentrado, ajeno al griterío de sus compañeros. Adolfito practica la caligrafía de su firma una y otra vez en la esquina del pupitre hasta rayar el barniz.
Juancar pide silencio vanamente en el centro de la clase; primero, alzando insuficientemente la voz entre las pandillas; y después, apuntando en la pizarra los nombres de los implicados. El ruido aumenta por momentos, Juancar persiste infructuosamente en sus intentos por acallar la clase. —Ehm… Esto… A ver… Oye, chicos… —balbucea, no sabe cómo hacerse oír— ¿¿...por qué no os calláis??
Los muchachos hacen caso omiso a las órdenes del delegado de clase, que finalmente opta por acercarse al pupitre de su amigo Adolfo, a ver qué anda haciendo.
Las bolas de papel cruzan la clase de derecha a izquierda y viceversa, en un vaivén de salivazos que se corta de inmediato al sonar la puerta de la clase. Entra don Carlos, el jefe de estudios, con gesto de infinita gravedad.
—Muchachos… don Francisco… ha muerto. El hombre de excepción que, ante Dios y ante la APA, asumió la responsabilidad del más exigente y sacrificado servicio a este colegio, ha entregado su vida, día a día, en el cumplimiento de esta misión: educaros con el fin de que, el día de mañana, seáis vosotros los conductores de la carabela patria…
—¡¡¡Arriba!!! —vocea Blas, y collejea a Mariano, sentado delante.
—…y digo el día de mañana —prosigue don Carlos— porque, dadas las circunstancias, y ante la falta de profesor, serán ustedes enviados directamente al Bachillerato a partir de mañana mismo, sin pasar por B.U.P. ni hostias.
—Un momento, señor Arias —interrumpe Juancar—. Pero esto es un colegio. Un college, un lycee, una escuela. Aquí no hay Bachillerato…
—Qué ojo de lince tiene usted, don Juan Carlos. Lleva toda la razón. Aquí Primaria y poco más. A partir de mañana, deberán todos acudir a clase a la Carrera de San Jerónimo, frente a la plaza las Cortes. No se olviden de llevar corbata, estilográfica y portafolios. Y bien peinaos. Ah, y dígale a su padre… —concluye don Carlos, volviéndose a Juancar— …que la Dirección del Centro solicita urgentemente una reunión con su persona, en el marco de estas terribles circunstancias que nos sobrevienen.
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15 febrero, 2014
CUARTO Y MITAD
La reina caminaba por el
bazar rodeada de su séquito de costumbre cuando algo le vino a la mente,
deteniéndose ante el puesto del carnicero, lleno de moscas y vísceras y
mutilaciones colgadas.
—Sírvase su Majestad cuanto disponga —dijo el carnicero,
en tosca reverencia.
—Lomo de puerco embuchado se me antoja, vasallo. Caña
de lomo íbera, de la mejor que tenga —contestó la reina, oprimida por un sofoco
repentino.
El tendero sacó de la vitrina un grueso bastón de lomo
y lo estampó contra el mostrador.
—¿Cuánto quiere, más o menos…? ¿Así de grande…?
—Un poco más… —contestó la reina, ante la perplejidad
de su séquito.
—¿Así está mejor, ilustrísima? —dijo el tendero,
abarcando unas pulgadas más de lomo.
—Con su permiso, Majestad, no sé si la Santa Sede
vería con buenos ojos semejante mazacote de carne en manos de una sola reina…
—repuso el obispo.
—Apure más, tendero, que después, despellejado, se
queda en nada, y acaba una pasando un hambre…
El carnicero arrastró el cuchillo un poco más, aguantándose
una risilla pícara.
—…y no se escandalice vuestra merced, señor Obispo,
que me sobran indultos —apuntilló la reina, mirando de reojo al clérigo—.
Buenos corderos vaticanos se meriendan los prelados, no privándose en la mesa
de vicio alguno, para acabar de madrugada, todos reunidos, en la angosta oscuridad
del confesionario…
El carnicero cortó una de las puntas del lomo,
apurando al máximo. —Así le plazca, Majestad. Cuarto y mitad de lomo bien
durito, bien curado, de la sierra de Cazorla —la reina ya se marchaba, sin
pagar, agarrando bien fuerte el embutido—. ¡¡Para su real disfrute…!!
ROSAURA
Aura guardó el edredón en el
armario y volvió al dormitorio para terminar de hacer las maletas para su
muerte, para la que aún faltaban tres semanas y un día.
Sacó las maletas al patio de
atrás y las prendió fuego junto con algunos libros viejos y una fotografía de
una niña abrazada a un apuesto soldado.
*
Con ese aspecto lúgubre que
otorga el luto, Aura hojeaba pensativa una biblia de bolsillo, ajena a la
cháchara circunstancial del taxista. A ratos, echaba la vista por la
ventanilla, paseándola por los trigales y las arboledas, las otras carreteras y
los nubarrones avanzando en formación.
Un puntito de sangre brotó
de una fisura minúscula en el dedo índice de Aura, que se había perdido entre
aquellas nubes negras que afilaban el horizonte a su paso. La verborrea del
taxista cesó de golpe al detener el coche frente al gran portón electrificado
que daba acceso al recinto.
*
Un cristal de un palmo de
grosor dividía ambas salas: una diáfana, revestida de azulejos negros, con una
silla en el centro; la otra, enmoquetada y con perfume a lavanda, disponía de
una gradilla de unos diez o doce asientos, con botellas de agua y pañuelos a
los lados.
Aura se sentó en el centro,
rodeada de desconocidos. Estrechaba la biblia con fuerza entre sus manos
reumáticas, imponiéndose a las lágrimas y a las miradas de soslayo. De pronto,
se apagaron las luces de la sala.
Al otro lado del cristal,
Rosita avanzaba a paso lento hacia la silla, neutra como un folio en blanco,
custodiada por dos hombres de uniforme: uno con pistola y otro con sotana. “Mira
que es guapa la condenada” se dijo Aura. “Incluso así. Tan flaquita, tan
menuda… Tan joven”. Luego clavó su vista en el hombre de hábito, pecando deliberadamente
de pensamiento mientras él santiguaba con aire rutinario a la joven Rosa. “Mi
pequeña flor…” se repetía Aura en lo que le ajustaban las correas.
Una lágrima valiente desfiló
por las arrugas de Aura, que no apartó la mirada hasta la última convulsión. Acto
seguido abrió la biblia, extrajo una pequeña cuchilla y se la pasó por las muñecas,
la vista clavada en lo alto y las manos chorreando.
MI QUERIDA SVETLANA
Por fin te escribo. Llevo semanas sin quitarme esto de la
cabeza y ha llegado el momento de abrirte mi corazón definitivamente. Creo que no
he sido muy claro en mis intenciones y me siento en la obligación de informarte
como es debido. Creo que ha llegado la hora de dar un paso más y formalizar un
poco todo esto, yo me siento más que preparado y espero que tú también.
Ya sé que no te gustan las flores, ni los bombones, ni
los pintauñas del Mulaya. Tampoco te gustan los retratos a carboncillo, ni los
paraguas de Hello Kitty, ni el café con azúcar. Entendido todo eso. Joder, café
sin azúcar… Bueno, que ya lo he asumido y no me importa. No me enfado. Deben
ser excentricidades de tu cultura y yo las respeto a muerte, con dos cojones.
Pero una carta, Svetlana, una carta no puede no gustarte.
¿En qué país del mundo no es una carta lo más romántico que puede recibir una
mujer de un hombre? Huélela, le he echado unas gotas de Brummel.
Te
escribo porque hoy es San Valentín, patrón de los amantes, los apicultores y
los epilépticos. Déjame entrar y charlamos cuando no tengas clientes que
atender. Si es que sí, estoy en la acera de enfrente. No tienes más que
levantar la mano. Sino entenderé que no quieres verme, pero que sepas que me
vas a romper el corazón. Y ya no volvería nunca más, ni a hacer fotocopias ni a
recargar el móvil ni a nada.
Siempre
tuyo,
Anónimo
06 febrero, 2014
MALDITOS AFORTUNADOS
Anochece en el subsuelo. Rostros
cansados tiran de maletines y mochilas, camino de la fila que los lleva a casa.
En el Intercambiador de Avenida de América siempre es de día. Para otros, todos
los días es de noche. Supongo que depende de si vas o vienes.
Un manto negro se transforma bajo
el hormiguero; estirándose, contrayéndose, volviendo al principio. Nos
deslizamos veloces y estáticos por las escaleras mecánicas, en itinerarios
mecánicos, con reflexiones mecánicas. En realidad, no se produce ningún intercambio.
No es apatía, no es egoísmo ni
misoginia; parece simplemente cansancio. Cansancio crónico, denso y oscuro como
el hollín que se acumula en las paredes y en los conductos de ventilación. Los
más neuróticos detectan el nerviosismo oculto bajo el agujero, tensión entre
dos hombros que chocan para no volverse, para pasar de largo y franquear los
tornos mirando la hora, como en modo avión, como de vuelta de todo.
Llega mi autobús, el mío,
el de mi barrio. Para algunos el nacionalismo va por barrios. Mermelada de
patrias en dársenas abarrotadas como congresos de la ONU, sin micros ni vasos
de agua, sólo frases metálicas chillando en altavoces contra nuestros oídos
sedados.
La muerte hace campaña electoral
con los rostros derrotados de los supervivientes al transporte público diario.
El cansancio de espíritu se propaga como pesticida a través de las miradas
furtivas, involuntarias, que se cruzan por un segundo para distanciarse, quién
sabe cuánto, hasta mañana. Subiendo o bajando, casi siempre dejándonos llevar
por ese traqueteo febril que te invita a ensimismarte, a pensar profundo, si
acaso te quedan fuerzas.
El
autobús, un remanso de paz con olor a sobaco gigante. Los cristales
resplandecen borrosos con los restregones grasos del cabello de quienes llegaron
a casa un poco antes. Malditos afortunados… Un segundo más en esta jaula de
halógenos y empiezo a matar gente inocente.
01 julio, 2013
NOTAS VERANIEGAS
El
subconsciente es un bolsillo
donde está lo que yo busco.
El
problema es que
cuando meta la mano
desaparecerá.
*
La
ciudad es un tablero
roto en la basura,
los
policías, perros
mordisqueando ternilla
en
callejones oscuros.
Rodean a
las putas
y las
violan.
Las
desahucian,
desahucian a sus hijas,
a
sus madres.
Las ponen
coronas,
no
de espinas,
coronas de flores
fúnebres.
fúnebres.
La
poli enculando,
dilatando
al vulgo
por
toda la ciudad.
Un
silbato grita
desde la
torre
marcando
el
compás.
compás.
*
Suénate los mocos.
Suénate el cerebro
si
hace falta,
que
nunca
falte el ruido
entre tus
orejas
convexas,
tus
orejas
mojadas.
*
No
existe la palabra exacta
Ni
el recuerdo exacto
Ni
el juez exacto
No
hay esperanzas
ni
amores exactos.
Solo
pactos.
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