Por fin te escribo. Llevo semanas sin quitarme esto de la
cabeza y ha llegado el momento de abrirte mi corazón definitivamente. Creo que no
he sido muy claro en mis intenciones y me siento en la obligación de informarte
como es debido. Creo que ha llegado la hora de dar un paso más y formalizar un
poco todo esto, yo me siento más que preparado y espero que tú también.
Ya sé que no te gustan las flores, ni los bombones, ni
los pintauñas del Mulaya. Tampoco te gustan los retratos a carboncillo, ni los
paraguas de Hello Kitty, ni el café con azúcar. Entendido todo eso. Joder, café
sin azúcar… Bueno, que ya lo he asumido y no me importa. No me enfado. Deben
ser excentricidades de tu cultura y yo las respeto a muerte, con dos cojones.
Pero una carta, Svetlana, una carta no puede no gustarte.
¿En qué país del mundo no es una carta lo más romántico que puede recibir una
mujer de un hombre? Huélela, le he echado unas gotas de Brummel.
Te
escribo porque hoy es San Valentín, patrón de los amantes, los apicultores y
los epilépticos. Déjame entrar y charlamos cuando no tengas clientes que
atender. Si es que sí, estoy en la acera de enfrente. No tienes más que
levantar la mano. Sino entenderé que no quieres verme, pero que sepas que me
vas a romper el corazón. Y ya no volvería nunca más, ni a hacer fotocopias ni a
recargar el móvil ni a nada.
Siempre
tuyo,
Anónimo
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