TRASLATE

25 junio, 2014

A VER QUÉ VA A PASAR


Marín estaba tan cansado de las colas que decidió que, a partir de ese día, serían otros los que le esperarían a él. Con la primera vez que lo intentó le bastó para cerciorarse, encima se le daba bien. Así que se puso a formar colas indiscriminadamente: en el cajero, en la máquina de tabaco, en el torno del metro… Colas largas o pequeños congestionamientos en puntos bien estudiados, generalmente lugares con gran trasiego. Desde atascos en baños públicos o en restaurantes self-service hasta riñas absurdas con limpiabotas callejeros. Realmente no solía causar mas que algún ceño fruncido o como mucho una amenaza leve. En ningún momento algo por lo que replantearse la profesión. Se había convertido en su vida entera, incluso dejó su empleo para dedicarse en cuerpo y alma. Según crecían sus colas menguaban sus ahorros.

Se presentó una mañana en el banco, a primera hora, para arreglar el asunto. Como era de esperar, hubo de hacer cola y cuando por fin llegó su turno, resultó que era “insolvente”. Tanta espera para nada, allí debía haber un error.

Marín salió del banco y se volvió andando su casa, intrigado. La cabeza le daba vueltas cargada de preguntas e hipótesis. "¿Será posible...?" pensaba, "y de serlo, ¿qué tendrá eso que ver...?". Posó frente al espejo durante más de dos horas, analizando cada rincón de su piel. Finalmente se preparó una bañera caliente, se quitó la ropa y echó dos sobres de disolvente en polvo.

08 junio, 2014

PEDRO Y EL LOBO


La enésima vez que Pedro llegó al pueblo con el cuento del lobo, los vecinos ya no le creyeron. Se mofaron de él y algunos del fondo hasta le increparon y agredieron con piedras. Pedro se volvió al prado por donde había venido, a buen trote y sangrando de una ceja. Se quedó pensando bajo un manzano. Estaba dolido por el ridículo.

A la mañana siguiente el pueblo entero se reunió en la plaza con inédita urgencia. A uno le habían devorado dos ovejas, a otro seis gallinas, al molinero le habían desaparecido los asnos y a su vecino de enfrente le habían descuartizado la mula. Había uno al que los demás miraban con desdén, pues no le faltaban más que un par de azadones. Todos tenían un grito que lanzar al aire y rápidamente cundió el miedo y la ira en el pueblo.

Organizaron una partida para peinar la zona, armados con tridentes y antorchas, a la caza de lo que creían un lobo. Caminaron durante días, semanas, convencidos de la necesidad de acabar con el monstruo si querían recuperar su preciada paz de meseta. Algunos cayeron enfermos por el camino hasta que, por fin, un buen día lo encontraron.

Muy al revés de la imagen que de él había ido formándose a base de burdos rumores, el lobo vestía de traje y corbata. Llamaba insistentemente al timbre de una bonita casa de ladrillo rojo. Abrieron la puerta tres pequeños cerditos con sendos chándals a juego. Pedro sacó un folleto de su maletín y comenzó a recitar de memoria. Los vecinos aguardaban ocultos en el bosque, preparados ya para el ataque cuando los mellizos invitaron al lobo a tomar té.

Aquí un cuento se acaba y otro empieza. Cualquier posible relación es arbitraria.

Peter fue un niño toda su vida y vivió a lo Gatsby. Convivía con la polémica. Llegó a hacerse una película de dibujos animados, producida por la ex jefa de prensa del mismísimo Mr. Wolfgang, alias "el lobo", en la que se ilustraban los escarceos de Peter con la pedofilia y el tráfico de menores. Años más tarde un cable del CNI desvelaría cuantiosas pruebas de las relaciones entre Pedro y el Lobo. Cohecho, tráfico de influencias, tratos de favor… La popularidad de Peter cayó un 26% según las encuestas. Lástima que, por entonces, todos los delitos hubieran prescrito. No obstante, sufrió escraches.

Posteriormente, ante las cámaras de los grandes medios, Peter y el señor Wolfgang afirmarían con total rotundidad y desde atriles distintos que todo aquel complot mediático no era más que una burda y peligrosa mentira orquestada para acabar con ellos.

ALBEDRÍO


Personajes de ficción se dan cita en un bar. Nadie sabe si es elipsis o escena pero están preparados por si acaso. Eva, su autora, no les da ni bola. Prefiere charlar con Sebas, que la observa desde el sillón de enfrente entre hondas caladas. Sebas es un autor de vocablos exóticos y expresiones certeras, pero tiene un problema. No consigue dar con un prota serio, que tenga lo que hace falta para dar voz a su genio. Hastiado, baraja retirarse a las novelas de autoayuda, sabedor de que éstas no las lee nadie. Allí –piensa– podría vivir tranquilo, huir de la presión.

Los personajes de Eva se arremolinan en torno a la barra, mezclándose con los protas descartados de Sebas, que fuman sin parar. Va formándose una pequeña multitud de relaciones no escritas que empiezan a irritar al camarero, que ve que se le acumula el trabajo. Personajes de toda índole piden rondas de chupitos como si no hubiera mañana, bebiendo más allá de lo escrito. “¿Cuánto vale un euro ficticio?” se pregunta el camarero.

Eva aprovecha para sentarse disimuladamente junto al pobre Sebas que, cansado de aspirantes, lo ha mandado definitivamente todo a la mierda. La literatura y el amor. Eva intenta animarle, hacerle saber que no siempre es fácil encontrar lo que se busca. Sebas perjura al cielo en nombre de la alta ficción, tiempos pasados siempre fueron mejores.

No hay protas perfectos, dice ella. Tú los tienes, dice él. Tómalos, son todos tuyos. No son míos, dice Sebas, son demasiado listos y también más guapos. Todos mis mejores personajes juntos no hacen un protagonista que sea capaz, de forma creíble, de acostarse con alguna de tus protas sin caer en el alcohol y sus clichés. Es desbordante, concluye triste.

Mira que eres tonto... dice Eva, lamentándose mientras se levanta. Cuando te canses, te espero en casa.

PUEDES


Puedes hablar de lo que echas de menos, de aquello a lo que aspiras, del color que más odias. Puedes hablar de tu vecino, del finde pasado, de los viejos amigos que ya no ves. Puedes hablar de amor, de dolor y muerte, de los dibujos animados que te marcaron, de las fechas que recuerdas. Los cumpleaños y teléfonos, pocos. Puedes hablar del mayor cambio de tu vida o del detalle más absurdo, de lo que haces mañana o lo que hiciste hoy. Puedes hablar de ti o de otros, o de ti con esos otros, o frente a ellos. O frente a otros ellos. Puedes hablar de soberanía, de logros deportivos o del ranking de Forbes, del último tuit de fulano o de la enfermedad del primo de mengano, presto al morbo. Puedes hablar de la virtud latente en cada vicio; viceversa. Puedes hablar de adolescentes de cadera rota y carmín envejeciendo al ritmo de la cámara del móvil, o de diosas en revistas trazando el camino. Puedes hablar de la caída del Muro, la del cabello o la del Ibex. Puedes hablar de todo, puedes hablar de lo que quieras. Y sin embargo te callas… O peor, no dices más que tonterías.

02 junio, 2014

EL RIO



Ernesto comandaba la misión desde la proa del primer bote, deshaciendo la corriente entre las yemas de los dedos para sondear las malas vibraciones. Tenía dos días y tres noches para llegar a Aracataca antes que las tropas imperiales.

El atardecer le calmó cierta ansiedad pegada al pecho, siguieron remando contra el horizonte. La tropa parecía al borde del motín, se pasaban el día hablando de sus mujeres y sus bestias, hambrientos como lobos. El río bajaba revuelto bajo el fusil de Ernesto.

Cayó la noche, sacó el diario y se confesó. Luego echó la vista atrás  y se descubrió navegando solo, encaramado a una secuoya inmensa como sus principios.

Encalló en un vado y se encontró a la Muerte, que lo esperaba en la orilla con los brazos en jarra. Hechas las presentaciones, Ernesto se metió otra vez al río y buceó hasta el fondo. Ella esperó a escuchar la última burbuja y luego puso rumbo a la Capital, que ardía desde el alba entre los fuegos de la revolución.